Las formaciones vegetales que tapizan actualmente el espacio español son, en gran parte, ejemplos de formaciones regresivas, es decir, alteradas y modificadas por la ocupación humana. Es una vegetación que se aleja cada vez más de su estadio climácico o clímax (el estado natural de la vegetación en equilibrio con el medio y en ausencia de la intervención humana). Los bosques que representan el estado final o clímax han ido reduciendo su extensión a lo largo de los siglos; en muchos casos han desaparecido y en otros retroceden hacia un estadio degradado de matorral o herbáceo. Además, los paisajes vegetales «naturales» actuales no solo cuentan con especies primarias, autóctonas o locales, sino que desarrollan especies secundarias, es decir, especies originales de otras regiones y que, generalmente, han sido introducidas por el ser humano.
3.1. El bosque caducifolio y su degradación: las landas
Debe asociarse a la región euroasiática, que se desarrolla por la zona septentrional de la Península Ibérica.
a) Formaciones primarias, especies climax
El bosque caducifolio se configura como una formación en la que domina una única especie arbórea, es decir, es un bosque monoespecífico; así, las masas forestales más características son los robledales y los hayedos.
Mapa de extensión del roble. Ed. Santillana
El roble es un árbol alto, pudiendo alcanzar los 40 m. y de tronco muy recto; exige humedad y temperaturas templadas, por lo que encuentra su óptimo ecológico en las condiciones climáticas de esta región, donde ocupa las zonas más bajas, ya que tolera mal el frío y las temperaturas calurosas. La especie más emblemática es el roble denominado «carballo» (Quercus robur), un árbol silicícola que necesita humedad y temperaturas suaves, por lo que no suele aparecer en altitudes superiores a los 500-600 m. Su madera es dura y muy empleada en construcción y la fabricación de barcos y muebles. Puede llegar a alcanzar más de 40 m de altura y es de gran longevidad. Se conserva en espacios reducidos sin llegar a formar grandes bosques, debido a la tala abusiva (por el alto valor de su madera) y a la competencia del espacio que ocupaba para otros usos agrícolas y ganaderos. Se extiende preferentemente por Galicia (cuenca del rio Eume y los de las sierras de Ancares y del Caurel), Asturias (Munielos), norte de León y oeste de Cantabria. Por encima de los 500-600 m el roble carballo es sustituido por otra especie, el roble albar (Quercus petraea), más resistente al frío y a la sequía, y menos exigente en humedad. Se asienta sobre suelos calizos y zonas muy soleadas. Los bosques mejor conservados se encuentran en el País Vasco, Navarra y sur de Cantabria.
Robledal
Hoja y fruto del roble. Ed. Santillana
Mapa de extensión de la haya. Ed. Santillana
El haya (Fagus sylvatica) suele formar masas monoespecíficas en condiciones ecológicas optimas y masas mixtas en áreas marginales, cuando se mezcla con otras especies, como los robles. Es un árbol atlántico, que supera los 35 m. de altura, muy exigente en humedad y que no tolera la aridez, si bien su resistencia al frío permite que se extienda como un árbol de montaña. Representa la especie forestal del área atlántica entre los 800 y 1.500 m. Crece sobre cualquier tipo de suelos, alcanzando los treinta metros de altura, aunque prefiere los calizos, sobre todo cuando se encuentra en condiciones poco favorables. Su copa es esbelta y abovedada; corteza lisa y parda. Sus hojas en otoño se tornan amarillas y después pardas. Sus frutos se denominan hayucos. La madera del haya, dura y de buena calidad, se emplea en la construcción de muebles, para leña e incluso en farmacia para la obtención de la creosota, utilizado como expectorante. Forma bosques más densos que el roble, aunque, al igual que este último, ha sido talado y explotado abusivamente. Su presencia es escasa en Galicia y el oeste asturiano; se prolonga por la cordillera Cantábrica hasta el Pirineo navarro (hayedo de Iratí), y está presente en los macizos de la cordillera prelitoral catalana (Montseny), noroeste de la cordillera ibérica (Demanda, Urbión, Cebollera y Moncayo), y este del Sistema Central, donde se encuentran los hayedos de Montejo y Tejera Negra. Los hayedos, que han sido objeto de una explotación abusiva, dada su exigencia de suelos bien drenados, se encuentran, en su mayor parte, en pendientes, mientras que en los llanos han sido sustituidos por cultivos.
El roble y el haya pueden estar acompañados por otras especies (siempre en escasa proporción), como fresnos, arces, tilos, tejos, avellanos, olmos y acebos.
Mapa de extensión del quejigo. Ed. Santillana
Algunas especies dan lugar al bosque marcescente en los que la hoja permanece marchita durante algunos meses. Precisamente, el término marcescente hace referencia al carácter semicaedizo de su hoja, que se seca al llegar el otoño, pero no se cae hasta finales del invierno o comienzos de la primavera, cuando brotan las nuevas hojas. Formado por árboles menos altos -apenas alcanzan los 20 m.-, como los quejigos (Quercus faginea) y rebollos (Quercus pyrenaica), es una formación de tipo atlántico pero adaptada a la aridez (especies xerófilas) y resistente al frío, ocupando zonas del clima atlántico de transición. Esto le permite ocupar el área más meridional de la zona atlántica de transición al clima mediterráneo y algunos sectores de montaña media de los Pirineos, Sistemas Ibérico y Central, Montes de Toledo y Sierra Morena, e incluso algunas sierras gaditanas.
A lo largo del tiempo han desaparecido extensas zonas de bosque caducifolio. Las causas han sido la pérdida de los usos tradicionales de su madera en la construcción y en la fabricación de aperos; la sustitución de la lea por el gas, el gasóleo o el calefacción rural; las quemas incontroladas para la obtención de pastos y los incendios forestales.
b) Formaciones secundarias, introducidas por el ser humano
Mapa de expansión del castaño
El castaño (Castanea sativa) es una especie vegetal secundaria importada del oriente europeo desde época romana. Se desarrolla preferentemente sobre suelos silíceos en ambientes húmedos y templados, por lo que su óptimo ecológico corresponde al área atlántica (Galicia, Asturias, León), aunque también aparece en algunas zonas del ámbito mediterráneo, como la sierra de Guadalupe (Extremadura) o la sierra de Béjar (Salamanca). Es un árbol muy apreciado por su madera y por su fruto, la castaña, que se empleaba como complemento alimenticio tradicional. Su extensión actual es muy inferior a la de hace poco más de un siglo, debido tanto a la acción antrópica como a la enfermedad de la «tinta», que afectó a esta especie en el siglo XIX.
En tiempos recientes, el progresivo deterioro, antes indicado, del bosque atlántico está dando paso a la repoblación de grandes extensiones con árboles de crecimiento rápido y buen aprovechamiento económico, como el pino y el eucalipto.
El pino es una especie de repoblación y alcanza una amplia difusión por todo el territorio español. Las pináceas son capaces de adaptarse a las distintas condiciones climáticas y tipos de suelos de España. En el área atlántica las especies más representativas son el pino resinero (Pinus pinaster) y el pino albar (Pinus sylvestris). Son especies de crecimiento rápido, rentables por el aprovechamiento de su resina y de su madera, pero presentan el grave inconveniente de los incendios (muy inflamable).
El eucalipto (Eucalyptus) es una especie descubierta en la isla de Tasmania (Australia) a finales del siglo XVIII y que un siglo más tarde fue introducida en la Península, extendiéndose desde Galicia a toda la Cordillera Cantábrica en la zona atlántica. Se ha usado ampliamente en la repoblación por su rápido crecimiento y por su rentabilidad económica como materia prima para la producción de pasta de papel. Pero el eucalipto causa graves problemas, pues empobrece y acidifica los suelos.
El arbusto atlántico -cuya altura oscila desde los arbustos más bajos hasta los cuatro metros de altura- es una formación leñosa y densa que aparece en las zonas de suelos más pobres y muy frecuentemente sustituye al bosque caducifolio cuando este se degrada debido a la sobreexplotación maderera o a los incendios. Es el tipo de bosque caducifolio oceánico más habitual en toda la franja occidental europea. En la Península Ibérica se encuentra dos tipos de landa: la atlántica se da en el piso del roble, por debajo de 600 m. y en ella abundan especialmente los brezos, los tojos y los helechos; la landa atlántico-montaña se da en el piso de la haya, entre 600 y 1400 m., con las mismas especies antes mencionadas, más el arándano y la aulaga.
Cuando la landa es destruida domina una formación herbácea, los prados, que cuentan con una amplia extensión en la región atlántica, cuyo desarrollo se ve favorecido por la abundancia y la regularidad de las precipitaciones en estas áreas.
3.2. El bosque perennifolio y el matorral mediterráneo
Se extiende por el espacio peninsular de clima mediterráneo (excepto las áreas de montaña). Las formaciones que ocupan esta región son el bosque esclerófilo mediterráneo y la formación arbustiva mediterránea.
a) El bosque esclerófilo mediterráneo
Mapa de extensión de la encina. Ed. Santillana
Entre las formaciones primarias naturales se encuentra la especie más significativa, la encina (Quercus ilex). es la formación vegetal más extendida de la Península y se extiende desde el sureste de Galicia hasta Almería y desde el noreste de Cataluña hasta Cádiz. En los encinares pueden diferenciarse claramente dos zonas, coincidiendo con dos subespecies: Quercus ilex subespecie «ilex», propia de la zona costera catalana, Baleares y algunos puntos de la cornisa cantábrica, y Quercus ilex, subespecie «ballota» o «rotundifolia», que se extiende por casi todo el resto peninsular (salvo en el noroeste y norte). Su gran capacidad de adaptación a sequía y a todo tipo de suelos permite que colonice altitudes desde el nivel del mar hasta los 2.000 m, zonas de precipitaciones mínimas en torno a los 350 mm y cualquier tipo de suelos; solo rehúye el litoral y las zonas húmedas y muy frías. Presenta árboles de altura media, con troncos no rectilíneos, corteza gruesa y rugosa, copas globulares y amplías que dan buena sombra. El sotobosque que acompaña al encinar es complejo, de gran variedad y riqueza, formado por coscoja, jara, lentisco, madroño y algunas plantas trepadoras como la madreselva. Si el clima es más lluvioso, es desplazado por robledales y si es más frio y más continental, por sabinares. La destrucción antrópica de los encinares ha sido muy profunda, con la creación de dehesas. Su madera, muy dura y resistente, se empleaba tradicionalmente para la elaboración de ruedas, carpintería exterior, utensilios y carbón, y su fruto, la bellota, para alimentar al ganado.
Encina (Quercus ilex)
Hoja y fruto de la encina
Mapa de expansión del alcornoque
El alcornoque (Quercus súber) forma un bosque claro y es más exigente en humedad que la encina (umbral superior a los 500-1000 mm anuales) y requiere inviernos suaves con pocas heladas. Por eso, no tolera los suelos calizos y acepta mal los substratos arcillosos; así, prefiere suelos de sílice (rojos), provenientes sobre todo de los batolitos graníticos, esencialmente arenosos, con escasa capacidad de retención de agua y, por lo tanto, bien drenados y pobres en nutrientes. Coexiste en muchos espacios con la encina, aunque su distribución es menos, su principal área de desarrollo corresponde al suroeste peninsular (Extremadura, oeste andaluz y Ciudad Real) y también Castellón y Gerona. Entre otros usos tradicionales destaca el aprovechamiento de su corteza para corcho; su madera, muy dura, se usa preferentemente para la realización de barcos y toneles.
Alcornoque. Árbol, hoja y frutos
El algarrobo (Ceratonia siliqua) y el acebuche (Olea europaea) u olivo silvestre son dos especies que complementan el bosque mediterráneo.
El bosque perennifolio también ha visto reducido su extensión a lo largo del tiempo. Las causas han sido la pérdida de muchos de sus usos tradicionales, su sustitución por otras especies de crecimiento rápido y buen aprovechamiento económico, el obstáculo que representan los árboles para la mecanización agraria y el regadío móvil, y los incendios forestales. Así, hoy parece que no persisten encinares climácicos, ya que las roturaciones, el aprovechamiento tradicional de su madera y el sistema de dehesas han dado lugar a formaciones degradadas con un estrato arbóreo pobre, con encinas de porte reducido.
La dehesa es un bosque ahuecado o aclarado que combina el uso forestal con un aprovechamiento agrícola, cinegético y pastoril. La palabra «dehesa» deriva del término latino «defensa», zona defendida, cercada, acotada para pastar. El sistema de dehesa, a pesar de todo, permite conservar estos bosques y mantener un cierto equilibrio con el medio ambiente, en el que conviven una variada flora y una gran diversidad de especies animales. En la actualidad, se mantiene en las penillanuras salmantinas, extremeñas y algunas zonas de Sierra Morena. La dehesa más típica es la formada por la encina, pero también se desarrolla sobre alcornoques e incluso sobre el quejigo, combinando el aprovechamiento de su fruto, de su leña y de su madera, así como la protección que ejercen los árboles sobre el suelo, con la agricultura y el pastoreo, que rotan cada cierto número de años.
Mapa de extensión del pino carrasco. Ed. Santillana
Dentro de esta formación, existe formaciones vegetales secundaria, introducidas por el hombre, como el pino. Los pinares son muy abundantes, debido a que se adapta a condiciones extremas de frío, calor, humedad y aridez, así como a suelos diversos; se valora su rápido crecimiento y su aprovechamiento económico. Estas coníferas del género Pinus han sido introducidas en su mayoría por las personas desde épocas antiguas, adaptándose según subespecies a unas u otras regiones. Actualmente, los pinares ocupan muchos espacios que sin intervención humana estarían cubiertos por bosques esclerófilos frondosos. Los pinos típicamente mediterráneos son el pino piñonero (Pinus pinea) y el pino carrasco (Pinus halepensis). Ambos son heliófilos y termófilos, es decir, necesitan luz y calor. El piñonero es silicícola y se extiende por los arenales costeros desde Cataluña a Portugal y en los suelos silíceos del interior. El pino carrasco, calcícola, coloniza las tierras del este peninsular. A su vez, el pino resinero (Pinus pinaster) es una especie de transición que ha visto favorecido su crecimiento como especie de repoblación debido al aprovechamiento de su resina y madera y se extiende desde Galicia hasta Murcia.
Las formaciones de arbustos y hierbas no corresponden a una vegetación climática, sino, generalmente, a un estadio regresivo del bosque mediterráneo provocado por la actuación humana. Con todo, el matorral (o durifruticeta) ocupa una amplia extensión en el ámbito mediterráneo español y encontramos dos términos para designar la masa arbustiva de los matorrales: maquis (o maquia) y la garriga.
La maquia es una formación de matorral esclerófila, densa y cerrada, casi impenetrable, compuesta por especies que superan los 2 m de altura y en la que incluso aparece algún árbol disperso. Se localiza sobre suelos silicios pardos-rojizos de fácil erosión a una altitud que en raras ocasiones supera los 500 m., y con pocas precipitaciones (300-500 mm). Está compuesta por acebuches madroños, coscoja, brezos, jara, lentisco y retama.
Garriga. Loeches. Madrid
La garriga es una formación menos densa, de porte más bajo y con menor variedad de especies que la maquia, dejando algunas zonas sin cubrir, donde aparece la roca. Está asociado a suelos de origen calizo, los pardos mediterráneos con horizonte A enriquecido y los suelos rojos pobres de humus. Los arbustos dominantes son la coscoja, la jara y otras plantas aromáticas como el romero, el cantueso, el tomillo y la lavanda (o espliego).
En algunas zonas de la geografía española, el matorral mediterráneo configurado, también, con encinas -expuestas a turnos de corta de unos quince años- se le conoce como monte bajo, acepción muy habitual en las dos Castillas y en Extremadura.
Mapa de extensión del esparto. Ed. Santillana
La vegetación esteparia también es una formación de matorral. La estepa es una formación abierta, compuesta por especies arbustivas y herbáceas xerófilas bajas, que permiten y admiten la sequedad y el calor. Es el “matorral pobre”, de un rango inferior a la maquia y a la garriga, desarrollándose, así como una formación regresiva de los mismos. Aparece en terrenos desertizados y, por lo tanto, con muchísima escasez de agua, expuestos a una fuerte erosión; sobre suelos grises muy pobres en humus y ricos en cal. Caracteriza, en particular, a las regiones peninsulares de clima semiárido del sureste peninsular y algunas zonas secas y degradadas del interior, como Los Monegros (en el valle del Ebro) y La Mancha, en las que la sequía impide el crecimiento de los árboles o donde la garriga ha sido degradada por la acción humana. Algunas de las especies más significativas son el esparto (muy utilizado como fibra textil), el palmito o palmera enana -asociado al acebuche y al algarrobo-, el espárragosilvestre, los espinos y plantas olorosas como el tomillo.
3.3. Vegetación de la región macaronésica
Se localiza en las Islas Canarias, tal como hemos descrito con anterioridad; los rasgos generales establecen una división escalonada de la vegetación, atendiendo al relieve, que quedan sintetizados de la siguiente manera.
Drago milenario de Icod de los Vinos (Tenerife)
El piso basal llega desde el litoral hasta los 400 m de altitud y se desarrolla en todas las islas del archipiélago. Está condicionado por unas altas temperaturas, propias de la zona tropical, y una acusada aridez. Estas condiciones solo permiten el desarrollo de matorrales xerófilos de clara influencia africana. Las especies endémicas dominantes son el cardón, la barrilla y la tabaiba, a las que acompañan otras introducidas por el ser humano, como la chumbera y la pita. En las zonas costeras salinas crecen plantas halófilas (amantes de la sal), como el tamarindo.
El Piso intermedio o de transición al piso montano se halla hasta los 800 m de altitud). La mayor humedad y las temperaturas más suaves hacen posible el crecimiento de dos especies arbóreas endémicas, el drago en los barrancos y la palmera canaria, junto a la sabina mora y otras especies del ámbito mediterráneo, como el lentisco, en las laderas menos húmedas.
El Piso montano termocanario se localiza entre los 800 m hasta los 1.200. El descenso térmico introducido por la altura, la menor insolación y la constante humedad que aportan los vientos alisios, que se condensa en forma de nieblas y forma el llamado mar de nubes, determina la aparición del «monte verde», vegetación mesófila, integrada por el bosque de laurel o laurisilva y la formación de brezos y fayas, o fayal-brezal. La laurisilva, extendido por los sectores más húmedos, es una formación forestal de gran frondosidad y de carácter perennifolio, con gran variedad de especies, entre las que encontramos un elevado número de endemismos como el laurel, el viñátigo, el til, el acebiño y el naranjo salvaje. El fayal-brezal, formación arbustivo-arbórea, ocupa las zonas de condiciones más adversas del monte verde y coloniza, como consecuencia de la acción antrópica, espacios anteriormente cubiertos por la laurisilva, y en parte de la progresiva degradación que sufre ésta con la altitud. Ambos presentan un notable desarrollo en las vertientes septentrionales (a barlovento) de las islas centrales y occidentales (la Palma, Hierro, Gomera y Tenerife.
El Piso montano mesocanario se desarrolla entre los 1.200 y los 2.000 m. Está dominado por el bosque de coníferas, cuya especie principal es el pino canario (Pinus canariensis) que, al quedar fuera del mar de nubes, debe adaptarse a la aridez y al frío. El pinar, poco denso, se acompaña de matorrales de jaras, tomillos y retamas; en las zonas más altas de este piso pueden hallarse otras especies, como el cedro canario.
El Piso de altas cumbres supracanario y orocanario está presente a partir de los 2.000 m., solo en Tenerife y La Palma. Esta zona se caracteriza por el endurecimiento climático, con una mayor aridez y frecuentes heladas invernales, desarrollando formaciones vegetales de tipo abierto y de porte bajo. Esta vegetación va siendo más escasa a medida que ascendemos, con matorrales de alta montaña, como la retama del Teide. En las altas cumbres se asientan especies rupícolas (que crecen sobre la roca), caracterizadas por el elevado número de endemismos, entre los que destaca la violeta del Teide.
3.4. Vegetación de ribera
En las riberas de los ríos, el suelo se impregna de humedad, por lo que su vegetación tiene rasgos diferentes de la de su entorno, especialmente en las zonas de clima seco. La presencia constante de agua hace que solo puedan vivir allí ciertas especies, que se disponen, en franjas paralelas al curso fluvial, desde las que están en contacto semipermanente con el agua hacia el exterior. Está compuesto por especies caducifolias e hidrófilas (amantes del agua), que se encuentran sometidas al régimen de crecidas de las aguas derivado de la dinámica fluvial.
Estas formaciones vegetales reciben el nombre de bosques de ribera, bosques ribereños, bosques en galería, bosques aluviales, bosques ripícolas, bosques riparios o más comúnmente, sotos. Estos bosques presentan una compleja organización estructural, desde el margen del cauce hacia las áreas más alejadas, caracterizada por una diferente composición florística y una distinta disposición espacial de las especies que integran el bosque. Están formados por especies como el aliso y el sauce (cuyas raíces necesitan estar en el agua); el chopo, el álamo y el fresno (cuyas raíces solo requieren humedad en el extremo inferior); y el olmo, menos exigente en humedad. Algunos de esos árboles, de crecimiento rápido y madera blanda, como el chopo y el sauce, se usan para armazones y embalajes. Junto a los bosques crecen juncos y matorrales; es un sotobosque integrado por aligustres, cornejos, zarzamora, rosales silvestres, junto a helechos y enredaderas como la madreselva y la hiedra.
El bosque de ribera también ha reducido su extensión a causa de la acción humana sobre los márgenes y cauces fluviales, como la extensión del cultivo y de la urbanización o las canalizaciones (zanjas, diques y embalses). Este hecho ha supuesto una grave pérdida, sobre todo en la España seca, debido a su importancia paisajística (por el contraste entre su vegetación y la del entorno), y a su papel ecológico (mitiga la erosión, el riesgo de inundaciones y la evaporación, y suaviza la temperatura). Sin embargo, se ha producido un avance importante de las choperas y olmedas mediante la plantación de híbridos que reemplazan en parte a la vegetación autóctona.
3.5. Vegetación de montaña
Sabemos que con la altitud descienden las temperaturas y aumentan las precipitaciones; que los procesos de oscilación térmica son más rápidos y acusados en la montaña; y que las condiciones climáticas también varían según la exposición de las vertientes en relación al viento (barlovento y sotavento) y en relación al sol (umbría y solana). En consecuencia, a cada altitud y disposición de la montaña le va a corresponder una vegetación diferente, estratificada o escalonada en pisos, que se denomina «cliserie vegetal».
En general el piso basal, a menor altitud (hasta los 800-1.000 m), desarrolla una vegetación similar a la de las llanuras limítrofes. Los Pirineos incluye encinas y robles, alcanzando los 1200 m. En el resto de la península, se adapta a su clima, desarrollando el bosque caducifolio en la zona atlántica y el perennifolio en la parte baja y caducifolio o de pinares a mayor altitud en la mediterránea.
Los pisos montanos (hasta los 2.000-2.200 m) se caracterizan por un aumento de las precipitaciones y un acusado descenso de las temperaturas (mayor en los niveles más altos). Están ocupados por especies hidrófilas y criófilas (adaptadas a una mayor humedad y a temperaturas muy bajas), como el haya y algunas coníferas (el abeto y el pino negro de los Pirineos, el pinsapo de la Penibética o el pino silvestre de buena parte de las montañas peninsulares). En el piso montano superior las masas forestales desaparecen y dan paso a formaciones arbustivas: landas de brezos y retama en la montaña atlántica, y matorrales con espinas y especies chaparras en la mediterránea.
El piso alpino o supraforestal (a partir de los 2.200 m) está ocupado por una vegetación de tipo herbáceo y prados. En general, incluye pequeños arbustos: en la zona atlántica, brezo y genista, y en la zona mediterránea, arbustos y matorrales espinosos
Solo en las montañas más altas, como los Pirineos y la Cordillera Penibética, aparece un piso nival (por encima de los 3.000 m), con nieve gran parte del año, en el que únicamente crecen especies rupícolas, como los musgos y los líquenes.
Además, en cualquiera de nuestras montañas la vegetación característica de cada piso se encuentra a una mayor altitud en la vertiente de solana (vertiente sur) que en la de umbría (ladera norte), y es más rica y densa en la vertiente de barlovento, más húmeda, que en la de sotavento.
La vegetación de montaña también varía según la región biogeográfica. En la Península se distingue la cliserie de la montaña mediterránea de las de la región eurosiberiana. En esta última región podemos distinguir entre la cliserie alpina de los Pirineos (con un piso montano «subalpino») y la del resto de las montañas atlánticas.