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3. Movimientos naturales

El movimiento natural es la variación de la población de un lugar por causas naturales, es decir, como resultado de los nacimientos y de las defunciones. La diferencia entre la natalidad (número de nacimientos) y la mortalidad (número de defunciones) origina el crecimiento o decrecimiento natural o vegetativo de una población. 

El estudio de estas variables se hace mediante índices o tasas; así hablamos de tasa de natalidad y tasa de mortalidad y el resultado de su balance es el crecimiento natural o vegetativo, tasas que vienen expresadas en porcentajes por mil (‰).

3.1. La natalidad y la fecundidad

Natalidad y fecundidad son conceptos que a veces se utilizan indistintamente para referirse a la capacidad procreadora de una población; sin embargo, no significan lo mismo, por lo que conviene utilizarlos con precisión.

  • La natalidad define un aspecto demográfico referido a los nacimientos habidos en el seno de una población considerada en su conjunto.

  • La fecundidad es un fenómeno relacionado con los nacidos vivos considerados desde el punto de vista de la mujer en edad de procrear, y no en el conjunto de la población. La fecundidad es, en consecuencia, un término más específico para referirse al nivel procreador de una población, puesto que sólo tiene en cuenta la población que realmente interviene en el proceso.

3.1.1. La recuperación de la natalidad y de la fecundidad

La evolución de la natalidad en España durante los últimos ciento veinte años ha sido similar a la del resto de países desarrollados, experimentando una caída considerable en todo ese periodo. La tasa de natalidad ha descendido desde niveles del 35‰ a principios del siglo XX hasta valores cercanos al 10‰ en la actualidad. Estel descenso ha sido constante, pero con algunas discontinuidades, alternando periodos de decrecimiento con otros de recuperación. 

La natalidad comenzó a descender paulatinamente desde comienzos del siglo XX hasta la década de 1920, cuando se produce un período de cierta prosperidad económica que permite una recuperación de la misma. La crisis de 1929, la inestabilidad política de la Segunda República (1931-1936) y la Guerra Civil (1936-1939) produjeron un brusco descenso en los nacimientos, si bien se recuperaron ligeramente en los años inmediatamente posteriores al conflicto. La tendencia al descenso continuó produciéndose hasta mediados de la década de 1950 en el contexto de la posguerra, un largo período de dificultades económicas. Esta situación de baja natalidad trató de ser revertido a partir de políticas pronatalistas por parte del régimen franquista, aunque su éxito fue desigual. A partir de esa fecha, y hasta mediados de la década de 1960 se produce un nuevo periodo de crecimiento en la natalidad, asociado a una época de desarrollo económico. Desde entonces, el número de nacimientos desciende: primero, de forma suave, y después (a partir de mediados de los setenta y hasta finales de la década de 1980). de manera muy brusca. A lo largo de los noventa y de los primeros años de nuestro siglo, las tasas de natalidad se mantienen muy bajas, pero estables, incluso con un ligero repunte en los últimos años debido a la inmigración extranjera. Pero la crisis de 2008 nuevamente produjo un descenso natalicio, el cual parece haberse estabilizado en los últimos años.

Este descenso en la natalidad se entiende conociendo la evolución de la tasa fecundidad. Las mujeres de principios de siglo tenían una media de 4,4 hijos (índice de fecundidad); en la actualidad, en 2006, 1,38 hijos/mujer, alejada de la de países de nuestro entorno como Francia (2.0 hijos/mujer) o de Irlanda (1.9), ligeramente inferior a la media de los países de la Unión Europea -cuya media es de 1,53-l. Estos datos suponía un ligero repunte de esta tasa tiene como gran protagonista a la población inmigrante, ya que los nacimientos de madres foráneas aumentaron más de un 16%. Hasta 1977 la fecundidad de las mujeres españolas había sido alta (el periodo entre 1970 y 1976 el número de hijos por mujer en edad fértil fue de 2,90). pero a partir de esta fecha sufre una ruptura y comienza un brusco y preocupante descenso de la fecundidad y, por lo tanto, de la natalidad, alcanzando su mínimo alcanzado a finales del siglo XX.

3.1.2. ¿Por qué han disminuido tanto la natalidad y la fecundidad?

No existe consenso sobre las razones que han motivado la caída de la fecundidad y de natalidad. Hoy se considera que los motivos son múltiples y complejos; además de causas de índole económica (coste de la crianza y educación de los hijos, aumento del nivel de renta), existen también razones de tipo sociológico, cultural e institucional, sin olvidar las estrictamente demográficas.

En la actualidad, se destaca, entre ellas, causas como el desarrollo de la industrialización, la urbanización y la secularización, así como a otros factores como la emancipación de la mujer y su incorporación al mercado laboral, o el comportamiento natalista propio de cada generación, fruto de la experiencia ante la vida. La legalización del divorcio, de los anticonceptivos, la disminución de la influencia de la religión en las decisiones de índole personal, o la interrupción voluntaria del embarazo son algunos de los factores que han incidido en este comportamiento demográfico de la sociedad actual.

Junto a estas razones de índole general, no se pueden olvidar las circunstancias propias del país, que son las que en último término han marcado los ritmos e intensidades en el proceso. Así, la marcha de la natalidad en España no puede desligarse de los diferentes acontecimientos históricos ni de las coyunturas económicas y sociales por las que ha atravesado: Guerra Civil, emigración, crisis económicas (autarquía), cambios en la estructura por edad, evolución de la nupcialidad, etc. Generalmente, los periodos de crisis y recesión de la economía inciden en el aumento del paro y/o en la inestabilidad de los empleos; la inseguridad laboral retrasa la edad de contraer matrimonio y el comportamiento natal. Mientras tanto, las fases económicas expansivas favorecen la natalidad, y el crecimiento demográfico, al favorecer el incremento de los ingresos, etc.

Del mismo modo, todas estas circunstancias han favorecido el progresivo retraso en la edad de matrimonio o en la emancipación de los jóvenes. Por un lado, ha influido en ello la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, la mayor duración de la etapa de formación masculina y, especialmente, femenina, la reducción de la unidad familiar, el aumento de los hogares monoparentales y los nuevos modelos culturales de las relaciones de pareja. Es decir, las generaciones actuales tardan más en ser padres, en parte por el conjunto de razones mencionadas y porque, como consecuencia, tiene mayor control sobre sus vidas y solo deciden tener hijos cuando ambos miembros de la pareja han estabilizado su situación profesional y personal. En 1980 era alrededor de los 25,2 años, mientras que en 2021, era de 32,61, habiéndose elevado más de siete años la edad media de entrada de la maternidad por primera vez.

En este sentido, también se aprecia un descenso de la tasa bruta de nupcialidad, o sea, en el número de matrimonios celebrados por cada mil habitantes, que se pasa de 5,4 en 2000 a 4,7 en 2006, y a 3,2 en 2021. Mientras la edad media de matrimonio ha aumentado varios años en hombres (39,5 años de media en 2021) y mujeres (36,7 años) -después de un año, 2020, en el que la pandemia COVID19 lo había retrasado algo más-, lo que incide sobre la reducción del tiempo de edad fértil de la pareja en el matrimonio/unión marital y, por tanto, en el número de hijos; un factor en estos datos es el incremento de la generalización de las segundas nupcias en estos últimos años. Del mismo modo, crece el número de disoluciones matrimoniales (separaciones, divorcios y nulidades), si bien en el 51,3% de los casos, son matrimonios con hijos.

Si las razones del freno son diversas y complejas en cuanto a la natalidad, la recuperación que se observaba en estos primeros años del siglo XXI se debe relacionar con total seguridad con la entrada de población inmigrante. Así, de los 453.637 nacimientos habidos en el 2012, 86.945 nacimientos (el 19,2% del total), corresponde a mujeres de nacionalidad extranjera residentes. El descenso de los nacimientos tuvo su origen en una menor fecundidad (disminuyó el  número de hijos por mujer desde 1,34 en 2011 a 1,32 en 2012). Pero también se debió a la progresiva reducción del número de mujeres en edad fértil. De hecho, el número de  mujeres entre 15 y 49 años desciende desde el año 2009, debido a que llegan a ese rango de edades generaciones de mujeres menos numerosas, nacidas durante la crisis de natalidad de los ochenta y primera mitad de los noventa, y al menor aporte de la inmigración exterior en estos últimos años. Igualmente, incide la fuerte crisis económica iniciada en 2008, cuando el número de nacimientos llegó a ser de 519.779 (con una tasa bruta de natalidad del 11,3‰), muestra de la bonanza económica que España mostró hasta entonces.

3.1.3. Distribución espacial de la natalidad y la fecundidad

La natalidad y la fecundidad se han reducido en todas las comunidades autónomas, aunque sigue habiendo diferencias regionales. Tanto si utilizamos la tasa de natalidad como el índice sintético de fecundidad, las regiones levantinas, meridionales e insulares son las que poseen las mayores tasas e índices, seguidas por las regiones económicamente más desarrolladas. Por el contrario, las comunidades del centro y del norte peninsular presentan las tasas más bajas.

En 2012, la tasa bruta de natalidad española era del 9,7‰; las comunidades autónomas con tasas superiores a la media nacional eran nueve; el primer lugar lo ocupan las Ciudades Autónomas de Ceuta (13,4) y Melilla (18,3), después siguen por orden de importancia Región de Murcia (11,4), Madrid (10,6), Comunidad Foral de Navarra (10,5), Andalucía y Cataluña (10,3), La Rioja e Islas Baleares (10); y en cambio, los valores más bajos, por debajo del 8%o, pertenecían a Principado de Asturias (7,1), Castilla y León (7,5)  y Galicia (7,6).

En cuanto al índice sintético de fecundidad (año 2012) España tenía una media de 1,32; entre las mujeres españolas, el número medio de hijos por mujer se redujo a 1,28 frente a los 1,31 del año anterior. Entre las extranjeras, se situó en 1,54, frente al 1,83 observado en 2008. Tienen los índices más bajos, inferiores a la median y con un relevante envejecimiento, los ostentan Principado de Asturias, Galicia, Castilla y León, Canarias, Cantabria, País Vasco y Extremadura, siendo los más altos los de las Ciudades Autónomas de Melilla y Ceuta, Región de Murcia, Andalucía, Cataluña y Navarra, además de la Comunidad de Madrid. Si se estima que el índice debe llegar a 2,1 hijos, hace tiempo que la población española no puede garantizar la reposición de la población.

3.2. La mortalidad

3.2.1. El descenso de la mortalidad

La mortalidad es el fenómeno relacionado con el fallecimiento de los miembros de una población. Hasta finales del siglo XIX la población española se caracterizaba por las altas tasas de mortalidad y una baja esperanza de vida. Todavía en el primer tercio del siglo XX la tasa se encontraba en torno al 20 por mil; en 1900 la tasa de mortalidad era de 28,5%, en la actualidad (2022) de un 9,7%, una de las tasas más bajas del mundo. Al igual que la natalidad, la disminución de la mortalidad se inició unos años después que en los países europeos industrializados. Esta tendencia a la baja fue continuada, salvo etapas muy precisas como el cólera de 1885, la gripe española de 1917-18 y el período de la Guerra Civil, o la reciente pandemia de la COVID19. A partir de 1951-55, la mortalidad desciende por debajo del 10%. La tasa más baja se alcanzó en 1982 con 7.6%. Desde esta fecha, como consecuencia del progresivo envejecimiento de la población, se inicia un lento aumento de la mortalidad hasta la actualidad.

Quizás, los aspectos que más nos ayuden a comprender los avances en la lucha contra la muerte en España, sean la tasa de mortalidad infantil y la esperanza de vida:

  • La mortalidad infantil es un indicador del desarrollo sanitario de una sociedad, considerándose una baja tasa por debajo del 25‰ y elevada si supera el 50‰. Si bien a principios del siglo XX el valor de la tasa de mortalidad en menores de un año estaba en el 181‰, pasa al 150‰ en la década de 1920, para precipitar el descenso en la década de los 1940 y 1950; en los años setenta se alcanzaban ya unas tasas del 24‰; en las últimas décadas continuó bajando (por debajo del 10‰ en la de 1980) y hoy se encuentra en torno a un 2,66‰ (años 2020), un nivel similar al de los países de la UE (3,3‰) con tasas de mortalidad más bajas. Es decir, en el siglo pasado los fallecimientos infantiles han disminuido en un 176%, mientras que la tasa bruta de mortalidad lo hacía en un 20%; Navarra es la comunidad donde menos mortalidad infantil se da, a penas el 1‰, en el lado opuesto se encuentran Aragón, Canarias y Madrid que se aproximan a una tasa de mortalidad infantil del 5%.

  • La esperanza de vida al nacer está también relacionada con las circunstancias sanitarias y el bienestar de la sociedad. Evolucionó también a valores muy positivos a lo largo del siglo XX gracias al descenso de la mortalidad. A principios de ese siglo se encontraba, para ambos sexos, en torno a los 35 años; en 2019, ha alcanzado el índice de los 83,58 años, el mayor de la serie histórica, puesto que la pandemia ha motivado un ligero descenso que se esta recuperando en los dos años siguientes. Esto hace de España, junto a Japón, Italia y Francia, uno de los países del mundo con mayor esperanza de vida. Por sexo, las mujeres tienen una mayor esperanza de vida que los hombre; en el año 2019 alcanzó los 86,22 para las mujeres y 80,86 años para los hombres; esta circunstancia se intenta explicar por la mayor resistencia biológica femenina o ciertos hábitos tradicionalmente asociados a los varones (bebida, fumar, etc.), aunque tiende a igualarse. Dentro de los países de la UE, España es uno de los que presentan una esperanza de vida al nacer más elevada en el mundo, ya que sólo se ve superada por pocos países, por ejemplo, Japón, Suiza y Singapur en 2022.

3.2.2. Causas de la mortalidad

Las causas de la mortalidad han variado con el paso del tiempo. En el pasado, cuando dominaba la mortalidad catastrófica, las causas se debían a crisis de subsistencias, hambrunas, epidemias, guerras, etc., que ocasionaban enfermedades infecciosas, deficiente alimentación y, en general, malas condiciones de vida, y que con su aparición cíclica mantenían estancada a la población, pese a las elevadas tasas de natalidad. En una situación de crisis, el riesgo de muerte afectaba a toda la población, aunque la infantil se mostraba aún más vulnerable. 

En la actualidad, las causas de muerte se relacionan con las enfermedades degenerativas en edades avanzadas y con las enfermedades sociales o propias del modo de vida de la sociedad actual. Destacan las enfermedades del aparato circulatorio y digestivo o los fallecimientos provocados por causas endógenas y muertes violentas (accidentes de circulación, asesinatos, suicidios, etc.). Además, están aumentando las enfermedades ligadas al envejecimiento, como el Alzheimer o demencia senil y las llamadas enfermedades socia less, relacionadas con ciertos estilos de vida y hábitos sociales, como el alcoholismo, el tabaquismo y la drogadicción. Por tanto, las causas predominantes de mortalidad en nuestro país se pueden resumir bastante bien con las famosas «tres ces»: corazón, cáncer y carretera. Por edades, varían las causas: entre los 15 y 39 años predominan las externas o no naturales -accidentes y otras muertes violentas o inesperadas-; mientras que en las edades mayores, las causas principales son los tumores y las enfermedades del sistema circulatorio. Por sexos, las enfermedades del corazón son la principal causa de muerte entre las mujeres y el cáncer entre los varones. La mortalidad es algo mayor entre los varones que entre las mujeres,

Es apreciable que la relevancia las enfermedades infecciosas ha disminuido considerablemente en el mundo, pero las posibilidades de que cíclicamente puedan producirse enormes mortandades catastróficas, por una nueva epidemia, no es posible preverlo. El caso de la pandemia del coronavirus COVID19 había ocasionado unas 120.000 muertes hasta marzo de 2023 (con una letalidad del 0,8%), teniéndose que haber realizado un confinamiento general de la población y medidas excepcionales durante casi dos años más; gracias a la rápida vacunación su incidencia ha podido controlarse y ha motivado un descenso del crecimiento natural, aspecto en el que ya venía incidiendo España.

Sobre las causas del descenso de la mortalidad, a lo largo de estos últimos siglos, se han propuesto varias hipótesis. Por un lado, están los partidarios del papel desempeñado por las medidas sanitarias, especialmente los avances médicos; por otro, los partidarios de la influencia de la mejora de los recursos socioeconómicos, sobre todo de la alimentación; un tercer grupo piensa que el crecimiento moderno de la población, motivado por la caída de la mortalidad, es resultado de la combinación de una serie de factores de tipo social, demográfico, económico y cultural, que han repercutido positivamente en una mejora de la salud de la población.

3.2.3. Distribución espacial de la mortalidad en España

  • Por comunidades autónomas, existen algunas diferencias apreciables. Las que tienen tasas superiores a la media son aquellas con mayor envejecimiento de su población, y  todas están situadas en la mitad norte de la Península: Asturias, Castilla y León, Galicia, Aragón y Cantabria. En cambio, los menores tasas corresponden a Madrid, Canarias, Murcia, Baleares y Andalucía, que cuentan con una población menos envejecida, así como a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Sin embargo, utilizando el indicador de la esperanza media de vida, las regiones del norte presentan índices más positivos que las del sur.
  • Se constatan también diferencias entra las áreas rurales y las áreas urbanas. La oposición espacial se presenta también entre áreas rurales y urbanas como consecuencia de los diferentes modos de vida, la desigualdad en el acceso a la sanidad, la educación y el nivel de bienestar.

3.3. El crecimiento natural

El crecimiento natural o crecimiento vegetativo de la población es el mecanismo que regula los cambios en el volumen de una población a partir del comportamiento que experimentan la natalidad y la mortalidad. Si el número de nacidos es mayor al de fallecidos el crecimiento será positivo, y negativo en caso contrario. No se debe confundir el crecimiento natural, que es una variable biológica, con el crecimiento real, en el que se tiene en cuenta además el saldo migratorio, esto es, la diferencia entre emigración e inmigración. La evolución del saldo vegetativo ha tenido un comportamiento irregular a lo largo de la historia en España.

3.3.1. Fases del crecimiento natural

El crecimiento natural ha tenido una tendencia positiva desde finales del siglo XIX, debido al continuo descenso de la mortalidad y a la más lenta reducción de la natalidad, pero dentro de esta tendencia positiva se han experimentado altibajos por determinados acontecimientos de carácter coyuntural: epidemias, guerras, etc. Por estos motivos, se pueden establecer diferentes etapas:

  • Hasta mediados del siglo XVII, la población aumentó con lentitud, con altas tasas de natalidad y elevada mortalidad.

  • Hacia la mitad del siglo XVIII, el crecimiento poblacional se incrementa, aunque con tasas inferiores a las experimentadas por algunos países de nuestro entorno.
  • Desde mediados del siglo XIX a principios del XX, se produce una evolución irregular del crecimiento natural debido, sobre todo, a la mortalidad epidémica, manteniendo todavía un comportamiento de siglos anteriores.

  • Durante la primera mitad del siglo XX, las tasas de crecimiento se mantienen más altas que en el periodo anterior, como consecuencia del descenso de la mortalidad ordinaria y del mantenimiento de unas tasas de natalidad altas. Los dos puntos de inflexión vendrán marcados por la epidemia de gripe de 1918 y la mortalidad provocada por la Guerra Civil, que provocaron un doble efecto: por un lado, el aumento de la mortandad, y, por otro, la disminución de los nacimientos.

  • Desde los años 1950 hasta la década de 1970 tiene lugar el periodo de mayor crecimiento natural, fruto de una mortalidad que ha llegado a sus valores más bajos y de una natalidad que se mantiene bastante elevada, superior al 20 ‰.

  • A partir de la década de 1970, el crecimiento natural inició su descenso en esta época, a raíz de la caída de la fecundidad, llegando nuestro país a ser e menos fecundo de Europa occidental, y de un incremento de las tasas de mortalidad. En consecuencia, se ha producido una fuerte reducción de la tasa de crecimiento natural en un corto periodo de tiempo, pasando de la tasa media de 10,52‰ en el periodo -1961-1970 al 0,10‰ en 1998, lo que ha estado a punto de ser negativo.

  • En los primeros años del siglo XXI se ha iniciado una tímida recuperación, alcanzando en 2008 la tasa de 3‰; este repunte de la fecundidad se debe a que las mujeres extranjeras hacen subir la tasa de natalidad. Este crecimiento ha sido frenado por la crisis económica mundial que está teniendo una fuerte incidencia en España. Esta circunstancia ha favorecido la entrada en una etapa de decrecimiento población durante varios años, desde 2015 concretamente, todavía más favorecido entre 2020-2021 por la fuerte mortandad de la COVID19. En 2022, suponía ya el -2,80‰, aunque en 2020 alcanzó el -3,20%. 

    INE

    En 2011 el saldo vegetativo o crecimiento natural fue de 84.536 personas; esta cifra supuso un 19,5% menos que en el año 2010 y un 37,1% menos que en 2008. A su vez, se redujo un 42,9% en 2012 hasta situarse en 48.488 personas. Este saldo no se situaba por debajo de las 50.000 personas desde el año 2001. El comportamiento del movimiento natural presenta diferencias regionales; su rasgo más destacado es la oposición entre unas comunidades que mantienen incrementos muy positivos, como Ceuta y Melilla, Murcia, Comunidad de Madrid, Andalucía o Canarias, frente a otras con incrementos muy débiles o negativos, tales como Principado de Asturias, Galicia, Castilla y León, Aragón, Cantabria y Extremadura (negativos en 2012).

    Desde 2017 el crecimiento vegetativo ha resultado negativo, siguiendo la serie de los últimos años: -153.724 personas en 2020; -113.364 en 2021; -132.558 en 2022, advirtiéndose en ellas la incidencia de la mortandad catastrófica de la pandemia. Por comunidades autónomas, en 2021, la mayoría han obtenido resultados negativos, como índice nacional, constatándose los datos más negativos en Asturias, Castilla y León, Galia, Extremadura y Cantabria, mientras que Ceuta, Melilla, Islas Baleares y Madrid con resultados positivos. Verificamos que estos datos son semejantes a los descritos en la serie anterior, coincidiendo las comunidades autónomas más envejecidas con los resultados más negativos y las comunidades menos envejecidas, con la presencia de mayor población inmigrante extranjera y/o más actividad económica.

3.3.2. Razones del cambio en el crecimiento natural

Para poder explicar la evolución de la natalidad y la mortalidad se ha formulado la llamada teoría de la transición demográfica. Esta teoría describe el paso del antiguo sistema demográfico, caracterizado por las elevadas tasas de natalidad y mortalidad, que originaban un lento crecimiento, a un sistema demográfico moderno de nuevo equilibrio, con un lento crecimiento, pero ahora debido a unas tasas de natalidad y mortalidad reducidas. Entre ambos periodos tendría lugar una fase de transición de elevada crecimiento, consecuencia de un descenso de la mortalidad anterior al de la natalidad.

Las causas de la transición demográfica se han relacionado con los procesos de modernización social, cultural y, sobre todo, económica. La transición demográfica española presenta una cierta singularidad con respecto al resto de los países europeos, que se concreta en la aparición mucho más tardía de la reducción de las tasas de mortalidad y natalidad; por ello, la época de máximo crecimiento de la población española se retrasó casi un siglo con respecto a algunos países europeos.

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