Natalidad y fecundidad son conceptos que a veces se utilizan indistintamente para referirse a la capacidad procreadora de una población; sin embargo, no significan lo mismo, por lo que conviene utilizarlos con precisión.
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La natalidad define un aspecto demográfico referido a los nacimientos habidos en el seno de una población considerada en su conjunto.
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La fecundidad es un fenómeno relacionado con los nacidos vivos considerados desde el punto de vista de la mujer en edad de procrear, y no en el conjunto de la población. La fecundidad es, en consecuencia, un término más específico para referirse al nivel procreador de una población, puesto que sólo tiene en cuenta la población que realmente interviene en el proceso.
3.1.1. La recuperación de la natalidad y de la fecundidad
La evolución de la natalidad en España durante los últimos ciento veinte años ha sido similar a la del resto de países desarrollados, experimentando una caída considerable en todo ese periodo. La tasa de natalidad ha descendido desde niveles del 35‰ a principios del siglo XX hasta valores cercanos al 10‰ en la actualidad. Estel descenso ha sido constante, pero con algunas discontinuidades, alternando periodos de decrecimiento con otros de recuperación.
La natalidad comenzó a descender paulatinamente desde comienzos del siglo XX hasta la década de 1920, cuando se produce un período de cierta prosperidad económica que permite una recuperación de la misma. La crisis de 1929, la inestabilidad política de la Segunda República (1931-1936) y la Guerra Civil (1936-1939) produjeron un brusco descenso en los nacimientos, si bien se recuperaron ligeramente en los años inmediatamente posteriores al conflicto. La tendencia al descenso continuó produciéndose hasta mediados de la década de 1950 en el contexto de la posguerra, un largo período de dificultades económicas. Esta situación de baja natalidad trató de ser revertido a partir de políticas pronatalistas por parte del régimen franquista, aunque su éxito fue desigual. A partir de esa fecha, y hasta mediados de la década de 1960 se produce un nuevo periodo de crecimiento en la natalidad, asociado a una época de desarrollo económico. Desde entonces, el número de nacimientos desciende: primero, de forma suave, y después (a partir de mediados de los setenta y hasta finales de la década de 1980). de manera muy brusca. A lo largo de los noventa y de los primeros años de nuestro siglo, las tasas de natalidad se mantienen muy bajas, pero estables, incluso con un ligero repunte en los últimos años debido a la inmigración extranjera. Pero la crisis de 2008 nuevamente produjo un descenso natalicio, el cual parece haberse estabilizado en los últimos años.
Este descenso en la natalidad se entiende conociendo la evolución de la tasa fecundidad. Las mujeres de principios de siglo tenían una media de 4,4 hijos (índice de fecundidad); en la actualidad, en 2006, 1,38 hijos/mujer, alejada de la de países de nuestro entorno como Francia (2.0 hijos/mujer) o de Irlanda (1.9), ligeramente inferior a la media de los países de la Unión Europea -cuya media es de 1,53-l. Estos datos suponía un ligero repunte de esta tasa tiene como gran protagonista a la población inmigrante, ya que los nacimientos de madres foráneas aumentaron más de un 16%. Hasta 1977 la fecundidad de las mujeres españolas había sido alta (el periodo entre 1970 y 1976 el número de hijos por mujer en edad fértil fue de 2,90). pero a partir de esta fecha sufre una ruptura y comienza un brusco y preocupante descenso de la fecundidad y, por lo tanto, de la natalidad, alcanzando su mínimo alcanzado a finales del siglo XX.
3.1.2. ¿Por qué han disminuido tanto la natalidad y la fecundidad?
No existe consenso sobre las razones que han motivado la caída de la fecundidad y de natalidad. Hoy se considera que los motivos son múltiples y complejos; además de causas de índole económica (coste de la crianza y educación de los hijos, aumento del nivel de renta), existen también razones de tipo sociológico, cultural e institucional, sin olvidar las estrictamente demográficas.
En la actualidad, se destaca, entre ellas, causas como el desarrollo de la industrialización, la urbanización y la secularización, así como a otros factores como la emancipación de la mujer y su incorporación al mercado laboral, o el comportamiento natalista propio de cada generación, fruto de la experiencia ante la vida. La legalización del divorcio, de los anticonceptivos, la disminución de la influencia de la religión en las decisiones de índole personal, o la interrupción voluntaria del embarazo son algunos de los factores que han incidido en este comportamiento demográfico de la sociedad actual.
Junto a estas razones de índole general, no se pueden olvidar las circunstancias propias del país, que son las que en último término han marcado los ritmos e intensidades en el proceso. Así, la marcha de la natalidad en España no puede desligarse de los diferentes acontecimientos históricos ni de las coyunturas económicas y sociales por las que ha atravesado: Guerra Civil, emigración, crisis económicas (autarquía), cambios en la estructura por edad, evolución de la nupcialidad, etc. Generalmente, los periodos de crisis y recesión de la economía inciden en el aumento del paro y/o en la inestabilidad de los empleos; la inseguridad laboral retrasa la edad de contraer matrimonio y el comportamiento natal. Mientras tanto, las fases económicas expansivas favorecen la natalidad, y el crecimiento demográfico, al favorecer el incremento de los ingresos, etc.
Del mismo modo, todas estas circunstancias han favorecido el progresivo retraso en la edad de matrimonio o en la emancipación de los jóvenes. Por un lado, ha influido en ello la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, la mayor duración de la etapa de formación masculina y, especialmente, femenina, la reducción de la unidad familiar, el aumento de los hogares monoparentales y los nuevos modelos culturales de las relaciones de pareja. Es decir, las generaciones actuales tardan más en ser padres, en parte por el conjunto de razones mencionadas y porque, como consecuencia, tiene mayor control sobre sus vidas y solo deciden tener hijos cuando ambos miembros de la pareja han estabilizado su situación profesional y personal. En 1980 era alrededor de los 25,2 años, mientras que en 2021, era de 32,61, habiéndose elevado más de siete años la edad media de entrada de la maternidad por primera vez.
En este sentido, también se aprecia un descenso de la tasa bruta de nupcialidad, o sea, en el número de matrimonios celebrados por cada mil habitantes, que se pasa de 5,4 en 2000 a 4,7 en 2006, y a 3,2 en 2021. Mientras la edad media de matrimonio ha aumentado varios años en hombres (39,5 años de media en 2021) y mujeres (36,7 años) -después de un año, 2020, en el que la pandemia COVID19 lo había retrasado algo más-, lo que incide sobre la reducción del tiempo de edad fértil de la pareja en el matrimonio/unión marital y, por tanto, en el número de hijos; un factor en estos datos es el incremento de la generalización de las segundas nupcias en estos últimos años. Del mismo modo, crece el número de disoluciones matrimoniales (separaciones, divorcios y nulidades), si bien en el 51,3% de los casos, son matrimonios con hijos.
Si las razones del freno son diversas y complejas en cuanto a la natalidad, la recuperación que se observaba en estos primeros años del siglo XXI se debe relacionar con total seguridad con la entrada de población inmigrante. Así, de los 453.637 nacimientos habidos en el 2012, 86.945 nacimientos (el 19,2% del total), corresponde a mujeres de nacionalidad extranjera residentes. El descenso de los nacimientos tuvo su origen en una menor fecundidad (disminuyó el número de hijos por mujer desde 1,34 en 2011 a 1,32 en 2012). Pero también se debió a la progresiva reducción del número de mujeres en edad fértil. De hecho, el número de mujeres entre 15 y 49 años desciende desde el año 2009, debido a que llegan a ese rango de edades generaciones de mujeres menos numerosas, nacidas durante la crisis de natalidad de los ochenta y primera mitad de los noventa, y al menor aporte de la inmigración exterior en estos últimos años. Igualmente, incide la fuerte crisis económica iniciada en 2008, cuando el número de nacimientos llegó a ser de 519.779 (con una tasa bruta de natalidad del 11,3‰), muestra de la bonanza económica que España mostró hasta entonces.
3.1.3. Distribución espacial de la natalidad y la fecundidad
La natalidad y la fecundidad se han reducido en todas las comunidades autónomas, aunque sigue habiendo diferencias regionales. Tanto si utilizamos la tasa de natalidad como el índice sintético de fecundidad, las regiones levantinas, meridionales e insulares son las que poseen las mayores tasas e índices, seguidas por las regiones económicamente más desarrolladas. Por el contrario, las comunidades del centro y del norte peninsular presentan las tasas más bajas.
En 2012, la tasa bruta de natalidad española era del 9,7‰; las comunidades autónomas con tasas superiores a la media nacional eran nueve; el primer lugar lo ocupan las Ciudades Autónomas de Ceuta (13,4) y Melilla (18,3), después siguen por orden de importancia Región de Murcia (11,4), Madrid (10,6), Comunidad Foral de Navarra (10,5), Andalucía y Cataluña (10,3), La Rioja e Islas Baleares (10); y en cambio, los valores más bajos, por debajo del 8%o, pertenecían a Principado de Asturias (7,1), Castilla y León (7,5) y Galicia (7,6).
En cuanto al índice sintético de fecundidad (año 2012) España tenía una media de 1,32; entre las mujeres españolas, el número medio de hijos por mujer se redujo a 1,28 frente a los 1,31 del año anterior. Entre las extranjeras, se situó en 1,54, frente al 1,83 observado en 2008. Tienen los índices más bajos, inferiores a la median y con un relevante envejecimiento, los ostentan Principado de Asturias, Galicia, Castilla y León, Canarias, Cantabria, País Vasco y Extremadura, siendo los más altos los de las Ciudades Autónomas de Melilla y Ceuta, Región de Murcia, Andalucía, Cataluña y Navarra, además de la Comunidad de Madrid. Si se estima que el índice debe llegar a 2,1 hijos, hace tiempo que la población española no puede garantizar la reposición de la población.