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4.2 La ciudad industrial

Figura 43. Paisaje urbano de una ciudad industrial

Un vídeo introductorio

La Revolución Industrial implicó profundas transformaciones tanto en la morfología como en las funciones de las ciudades de Occidente, al tiempo que el fenómeno urbano fue acabando con una estructura social que hasta entonces había sido básicamente rural. Los factores que incidieron en esta transformación fueron, entre otros, el aumento de la población, el crecimiento de la producción industrial o la mecanización de los sistemas productivos. Este fenómeno, que comenzó en la Inglaterra del siglo XVIII, se extendió al resto de Europa y América del Norte durante el siglo XIX. En algunos países como Alemania y España, la revolución industrial tuvo lugar con bastante retraso, por lo que los cambios se empezarán a notar muy posteriormente.

En un principio, el crecimiento de las ciudades fue tan rápido como desordenado, si ningún tipo de planificación, lo que se tradujo en nuevas áreas urbanas sin las adecuadas condiciones de vida, especialmente en los barrios habitados por las clases trabajadoras.  La actividad empresarial, basada en el liberalismo y en el comercio internacional y un sistema, el capitalista, que abogaba por la no intervención del Estado, trajo consigo que las intervenciones en el espacio urbano se dejaron prioritariamente en manos privadas. La vivienda, como propiedad privada, se convirtió en un objeto de especulación, al igual que el suelo cuyo propietario decidía libremente sobre su uso sin
ningún tipo de limitación; así se explica la destrucción de los centros históricos en aras de intereses particulares y el caótico mosaico que nos muestra la utilización de estos suelos, en los que sin criterio alguno se mezclaban las áreas industriales y las residenciales. Fábricas, barriadas obreras y trazados viarios para el ferrocarril serán elementos característicos de estas ciudades industriales, en las que los antiguos mercados perdieron importancia, a medida que se acrecentaba la de las grandes entidades financieras, todo ello en un marco urbano en el que la Revolución Industrial no contribuyó mucho a mejorar el bienestar de la gran mayoría de los ciudadanos hasta que ya muy entrado el XIX aparecen legislaciones orientadas a la corrección de los defectos propios de estos tipos de ciudades, como las regulaciones sobre enterramientos o saneamiento.

Figura 44. Grabado representando una vista del centro de Birmingham, principios del siglo XIX Figura 45. Manchester, c. 1870

Por otra parte, el progresivo desarrollo de los sistemas de transporte, en especial el ferrocarril y los tranvías urbanos,  ocasionaron cambios sustanciales en las ciudades debido a los requerimientos de espacio necesario para estas infraestructuras y a que estos medios permitieron una movilidad a más larga distancia, lo que favoreció la extensión de la ciudad. Hasta el momento, dicha extensión estaba constreñida por las murallas de la ciudad y limitada por las distancias que eran posibles recorrer a pie o en carruaje. Esa movilidad provocó un paulatino proceso de segregación espacial: las clases más acomodadas fueron abandonando los centros urbanos, estableciéndose en residencias unifamiliares en lugares periféricos, abundantes en zonas verdes, lo que origina suburbios de alta calidad de vida, en tanto que los cascos antiguos fueron abandonándose y degradándose al tiempo que eran ocupados por grupos sociales menos favorecidos. Por otro lado, se promovieron grandes operaciones urbanísticas conocidas como ensanches para acomodar a una incipiente clase burguesa que buscaba ámbitos más atractivos. Finalmente, se crearon barrios residenciales precarios en las periferias de las ciudades, en las que se ubicaban también las fábricas, espacios inhabitables debido a la contaminación y escasez de infraestructuras básicas.  

Figura 46. Ensanche de Barcelona, Plan Cerdá, 1859.

A mitad del siglo XIX, ante el proceso de degradación de las mayor parte de las ciudades a consecuencia de los procesos especulativos del suelo, degradación de los espacios urbanos y demandas de nuevos espacios para unas clases medias cada vez más numerosas, se procedió a realizar grandes operaciones de reforma interior de las ciudades europeas  con medidas de salubridad e higiene, como traída de aguas, alcantarillado, mataderos públicos, traslado de cementerios en el exterior de la ciudad, grandes avenidas para acoger a los nuevos medios de transporte, etc. Uno de los ejemplos paradigmáticos es la reforma de París planteada por el urbanista francés Haussman (1853-1871). Su planteamiento urbanístico no se limitó a trazar calles y crear los equipamientos adecuados, si no que intervino también en el aspecto estético de los inmuebles privados.

Figura 47. Boulevar Hausmann (París) Figura 48. Arco del Triunfo (París). El plan de Haussmann contemplaba grandes avenidas convergentes en áreas marcadas por monumentos y límites estrictos de altura que se mantienen vigentes en la actualidad.

En España la mayoría de los ensanches se iniciaron en el siglo XIX y comienzos del XX. Se trata de planes preconcebidos, la mayoría  adoptaron el plano en cuadrícula y la manzana regular y sirvieron para albergar a la clase burguesa emergente. Entre las ciudades españolas que proyectaron ensanches están: Madrid (1860), Barcelona (1860), San Sebastián (1865-1882), Bilbao (1876), Valencia (1887), Pamplona (1881), Zaragoza (1894), Santander (1902), La Coruña (1904), Cádiz (1907) , Palma de Mallorca (1901) o Málaga (1927).

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