Entre mediados del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, las ciudades tradicionales medias y pequeñas crecieron poco y se mantuvieron dentro de sus límites anteriores. En cambio, las ciudades que implantaron industrias modernas, atrajeron a una numerosa población campesina y extendieron su superficie, advirtiendo transformaciones muy profundas.
3.3.1. El ensanche burgués
A mediados del siglo XIX, las ciudades españolas se hallaban en una situación crítica. El crecimiento poblacional de las últimas décadas se había producido sin apenas expansión superficial, es decir, recurriendo a una mayor densificación. Las murallas o cercas -cuya función defensiva había quedado anulada por los progresos de la artillería- que rodeaban a las ciudades impedían su crecimiento, y los nuevos desarrollos urbanos se registraban intramuros, aumentando la altura de los edificios y ocupando espacios que habían quedado disponibles tras la desamortización de Mendizábal. Además, el hacinamiento producía una situación de insalubridad que favorecía la difusión de las epidemias.
Como respuesta a esta situación, y ante la necesidad de crecimiento de las zonas urbanas, se construyeron los ensanches, nuevos barrios ubicados junto al casco histórico, con un trazado ortogonal. Para conectar el ensanche con el centro histórico, se derribaron las murallas instalando en su lugar las llamadas vías de ronda, que rodeaban al centro. Este viario, más amplio y regular, se adecuaba a las nuevas necesidades de transporte de una ciudad más extensa, en la que ya no bastaban los desplazamientos peatonales, siendo necesario recurrir también a los tranvías. El ensanche es así un espacio nuevo que responde a los deseos de crecimiento urbano de la burguesía. Por tanto, plasma sus ideas de orden, en su plano regular, de higiene, en su dotación de servicios de pavimentación, alcantarillado, abastecimiento de agua y espacios verdes; y de beneficio económico, obtenido de la construcción de viviendas, comercios y transportes.
En el momento de su creación, el ensanche adoptó plano regular en cuadrícula, o sea, manzanas regulares con patios interiores, con calles rectilíneas y más anchas que las del casco antiguo. La trama era de baja densidad en manzanas abiertas por uno o dos lados, y con extensos espacios ocupados por jardines. Algunas de las calles más anchas se diseñaron como grandes avenidas a modo de bulevares, conformando amplios espacios abiertos. La edificación incluía palacetes burgueses y villas ajardinadas; o inmuebles de mediana altura, de estilo historicista. El uso predominante del suelo fue residencial burgués debido a los altos precios de los solares y de los inmuebles, aunque inicialmente algunos trabajadores se instalaron en los sótanos, buhardillas y patios de las casas burguesas.
Los primeros ensanches se hicieron en las ciudades más dinámicas y fueron los de Barcelona y Madrid, diseñados por los urbanistas Ildefonso Cerdá (1859) y Carlos María de Castro (1860), respectivamente. El mismo esquema se repite luego en otras muchas ciudades españolas a finales del siglo XIX y en el primer tercio del siglo XX., como San Sebastián, Bilbao, Alicante, Zaragoza. Valencia, etc. En general, la extensión de los ensanches era bastante considerable con relación a la ciudad histórica, por lo que fue necesario el paso de varias décadas para que llegarán a edificarse plenamente. El de Alicante necesitó 30 años hasta llegar a ocuparse, y 25 años el de Pamplona.
Con el paso del tiempo, el ensanche experimentó modificaciones, derivadas de su consideración como espacio central, al mejorar su accesibilidad gracias a la introducción del transporte urbano (tranvía eléctrico y automóvil). La trama se densificó al edificarse las manzanas por los cuatro lados y construirse muchas de las destinadas a parques. La edificación se verticalizó, al levantarse áticos y sobreáticos y sustituirse las villas burguesas y casas modestas por bloques de pisos, sobre todo en la década de 1960. En los usos del suelo, el ensanche comenzó a recibir funciones terciarias, que se extendieron desde el centro histórico a sus calles principales. Así, acabó produciéndose una división entre un área residencial y cara para la burguesía y un sector terciarizado dominado por comercios y oficinas. Esta terciarización es especialmente intensa en los ensanches de Madrid y Barcelona. En la actualidad, algunas zonas envejecidas de buena accesibilidad han modernizado sus inmuebles y se han embellecido, con el fin de atraer a las actividades más especializadas del sector terciario. En las últimas décadas también han predominado las restauraciones de los antiguos edificios.
3.3.2. Los barrios obreros e industriales del extrarradio
En el momento de su creación en el siglo XIX, las zonas industriales y los barrios obreros urbanos ofrecían un claro contraste con el ensanche burgués. Las instalaciones industriales se establecieron en el extrarradio, junto a las principales vías de acceso a la ciudad, o junto a los puertos y estaciones ferroviarias. Estas atrajeron también servicios ligados al ferrocarril (apeaderos, talleres, almacenes, depósitos, mercados centrales, mataderos...), que contribuyeron a una escasa valoración del suelo.
Los barrios obreros acogieron a los trabajadores que emigraron a las ciudades industriales. Estos no podían instalarse en el casco histórico porque sus áreas más valoradas eran caras y estaban habitadas por la burguesía y sus espacios deteriorados tenían una alta ocupación. Tampoco podían establecerse en el ensanche burgués por su alto precio, excepto en los sótanos y los áticos, o en reducidas habitaciones creadas en el patio interior de las casas burguesas, denominadas ciudadelas o barrios ocultos por quedar fuera de la vista desde la calle. Por ello, los trabajadores se instalaron en barrios marginales del extrarradio surgidos alrededor del ensanche; a lo largo de las carreteras y los caminos que partían de la ciudad; o junto a las industrias y las estaciones ferroviarias («los barrios de estación»); por ello, en muchas zonas urbanas adoptaron un plano en forma de estrella. En las ciudades de mayor tamaño, estos crecimientos lineales llegaron a alcanzar algunos pueblos del entorno, que quedaron integrados en el tejido urbano de la gran ciudad. Los barrios de Tetuán, en Madrid. o Poble Nou. en Barcelona son buenos ejemplos de este tipo de desarrollos suburbiales.
Los barrios obreros, denominados comúnmente extrarradio o suburbios, adoptaron un plano desorganizado, debido a que surgieron de parcelaciones privadas e incontroladas del suelo rústico de la periferia realizadas por sus propietarios. La trama se hizo cerrada y densa, y en la edificación predominaron las viviendas de escasa dimensión y calidad, a veces de autoconstrucción, unifamiliares de una o dos planteas o en pisos. Los usos del suelo entremezclaron residencias obreras, industrias, talleres y almacenes. Las infraestructuras de transporte, los servicios y los equipamientos fueron escasos, por lo que estos barrios se convirtieron en focos de enfermedades infecciosas y de descontento social.
La evolución del extrarradio después de la Guerra Civil fue muy dispar. Con el paso del tiempo, las antiguas zonas industriales y barrios obreros han quedado en una posición más céntrica en el espacio urbano, lo que ha revalorizado el suelo que ocupan. Las áreas más próximas al ensanche se revalorizaron, y en ellas se construyeron edificios de mayor calidad. Au vez, en las antiguas zonas industriales, ahora obsoletas o en crisis, se ha producido un vaciado industrial al cerrarse las fábricas o trasladarse a otros emplazamientos; y los barrios obreros se han renovado. Se han trazado nuevas calles, paseos y plazas; y el suelo ha sido ocupado por usos terciarios (oficinas, centros comerciales o recreativos, campus universitarios, museos) o por residencias, generalmente con sustitución de la antigua población residente por otra de mayor poder adquisitivo. En cambio, las zonas industriales y los barrios obreros menos valorados por su accesibilidad se mantienen como espacios marginales, con solares industriales abandonados e inmuebles deteriorados.
3.3.3. Los barrios-jardín
Los barrios-jardín se crearon a finales del siglo XIX y en el primer tercio del siglo XX. Son el resultado de la difusión en España de las ideas naturalistas, que propugnaban el acercamiento a la naturaleza en las zonas periféricas urbanas; y de las ideas higienistas, que valoraban los efectos positivos del sol y del aire libre sobre la salud. Como resultado surgieron propuestas de acercar el campo a la ciudad, que se concretaron en los barrios jardín y en ciertos proyectos, como la Ciudad Lineal de Arturo Soria, en Madrid.
La ciudad-jardín, desarrollada por el urbanista británico Ebenezer Howard, no dio lugar en general a ciudades-jardín autónomas, sino a barrios-jardín de vivienda unifamiliar. Inicialmente se realizaron colonias para el proletariado, dado que la burguesía residía en las prestigiosas áreas del centro o del ensanche urbano. En su creación jugó un papel destacado la Ley de Casas Baratas (1911, modificada en 1921), inspirada en las colonias obreras ajardinadas de Inglaterra y en el urbanismo utópico. La ley pretendía eliminar las viviendas insalubres del extrarradio, permitiendo a los municipios expropiar el suelo y crear barrios obreros de viviendas subvencionadas baratas. Estas adoptaron plano regular, trama abierta y viviendas unifamiliares monótonas, de reducido tamaño y con pequeños jardines. Poco tiempo después, ante su escasa rentabilidad, las empresas privadas las orientaron hacia la clase media, construyendo barrios jardín de mejor calidad, si bien con el tiempo también las clases altas demandaron este tipo de espacios, como es el caso de los barrios de Neguri en Bilbao, el Viso en Madrid o Pedralbes en Barcelona. Con el posterior crecimiento de la ciudad, estos espacios han quedado situados en zonas relativamente céntricas, lo que ha favorecido su revalorización y, en bastantes casos, su cambio de uso, ya que numerosas casas han sido ocupadas por pequeños negocios: por ejemplo, guarderías o clínicas privadas.
La Ciudad Lineal de Arturo Soria proyectada en 1882, se inspiraba en las ciudades jardín europeas. Se concibió como una gran calle, de 40 metros de ancho, bordeada de manzanas formadas por casas unifamiliares con huerto y jardín. Por ella discurrían los servicios básicos (agua, alcantarillado, electricidad) y el transporte (ferrocarriles y tranvía). En las estaciones se planearon centros sociales comunitarios, comercios y servicios públicos. Aportó la incorporación del jardín a la ciudad, la visión del transporte como agente estructurador del espacio; además, se quiso superar la segregación social incluyendo viviendas de distinto nivel y precio, aunque apenas se instalaron obreros en ella. El proyecto, que pretendía rodear toda la periferia madrileña mediante una vía de 48 kilómetros, solo se realizó parcialmente en el nordeste, con alrededor de cinco kilómetros. En la actualidad se encuentra muy modificado, porque la revalorización del suelo ha llevado a sustituir la mayoría de las casas unifamiliares por bloques de viviendas, oficinas y centros comerciales.