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3.1. Significado del turismo en la economía y en la sociedad

3.1.1. Importancia del turismo: España, potencia turística

España es una de las principales potencias turísticas del mundo, tanto por el número de visitantes que recibe como por los ingresos que reporta esta actividad. Los últimos datos estadísticos nos sitúan en cuarto lugar, después de Estados Unidos, Francia y China y delante de Italia, en número de visitantes extranjeros. Supone el 7 % del turismo mundial y un 13 % del turismo que va a Europa. Estas cifras nos demuestran que somos una potencia turística. Hoy, el turismo aporta alrededor del 11% del PIB español, según los datos del INE (2012, dato provisional). Pero su importancia económica va mucho más allá, pues los ingresos por turismo contribuyen a compensar el déficit de nuestra balanza comercial.

El número total de activos de la industria turística se situó en 2.686.690 empleos en 2006, lo que supone un 12,4 % de los activos a nivel nacional y un 19,6 % de los activos del sector terciario. En cuanto a la tasa de paro, es siempre menor que la media nacional, pero mayor que la registrada en el sector servicios, pues le influyen mucho las crisis económicas.

Los ingresos por turismo, unido a las remesas de los emigrantes y las inversiones extranjeras, fueron los tres pilares básicos del desarrollo de la España de las décadas de los años sesenta y setenta. Además, el turismo se convirtió en agente modernizador de nuestro país, ya que la llegada de turistas extranjeros no solo supuso una importante aportación económica, sino también contribuyó a difundir e intercambiar valores y costumbres.

1.2. Orígenes y factores determinantes

España cuenta con unos antecedentes dignos de mención en los viajeros ilustrados y románticos, pertenecientes a la aristocracia y la burguesía adinerada, que nos visitaron durante el siglo XVIII y, especialmente, a lo largo del XIX, con vistas a completar su formación ilustrada a Venecia, Roma, etc.. En este periodo, los naturalistas y escritores que viajaron por España quedaron impresionados por la variedad de formas que ofrece la naturaleza, por el exotismo de unos paisajes que recordaban a África, por la pervivencia de las herencias árabe y oriental, por las ciudades y monumentos, por las costumbres populares, por el bandolerismo, por las corridas de toros, etc. La difusión de sus conocimientos y de sus experiencias en escritos y guías de viaje contribuyó a forjar una imagen de España plagada de escenas tópicas, pero que ha alimentado la curiosidad y el interés de los extranjeros por España y la percepción de ésta como destino turístico singular. La propia familia real española práctico un turismo termal en los balnearios y playas del norte de España: Santander y San Sebastián en el siglo XIX y principios del siglo XX.

A la gestación definitiva de España como potencia turística han contribuido causas externas e internas. Pero, no obstante, esto no es más que el resultado de un largo proceso iniciado a principios de los años cincuenta del siglo XX, cuando España tuvo que hacer un gran esfuerzo por ampliar su casi inexistente oferta hotelera y su precaria organización y red de transporte. Durante la década de los sesenta se construyeron de forma masiva hoteles y apartamentos en las zonas turísticas, y en los setenta nuestro país se consolidó como uno de los destinos favoritos de los europeos.

Entre las causas externas habría que citar la evolución de la sociedad europea tras la Segunda Guerra Mundial. Concluida la reconstrucción posbélica, Europa alcanzó en estado de bonanza económica y de bienestar social sustentado en el incremento de la clase media, en un alto nivel de vida, amplia cobertura social, la reducción de la jornada laboral, y, por tanto, tiempo libre para disfrutar de unas vacaciones remuneradas desde los años cincuenta, etc. Además. se produjo el abaratamiento y la mejora de los transportes, gracias a la generalización del automóvil y a la popularización de los viajes en avión. Pronto crecieron las demandas de ocio, entre las que ocupó un lugar preferente el turismo, que ahora podía disfrutarse masivamente y las ofertas de los turoperadores extranjeros, que hicieron accesible el turismo a grupos de personas cada vez mayores.

En cuanto a los factores internos destacan dos:

  • Desde el punto de vista geográfico, ha sido determinante el amplio abanico de recursos naturales que ofrece España: kilómetros de playas, paisajes de alta montaña, clima óptimo, junto a unos recurso culturales que actuaron como complemento a los anteriores: sitos arqueológicos, amplia variedad de ciudades con interés histórico-artístico, riqueza gastronómica y pervivencia de costumbres y tradiciones en cada una de sus regiones, ect.

  • Desde el punto de vista económico, España resultaba ser un «país barato», pues la devaluación de la peseta, en el marco del Plan de Estabilización de 1959, había reforzado el dólar, que pasó a cotizarse de 32 a 60 pesetas. A esto hay que añadir los bajos salarios y precios reducidos de una mano de obra abundante, procedente de los sectores primario e industrial, que se empleaba en el sector hostelero, los transportes o en la construcción de infraestructuras turísticas (hoteles, apartamentos, etc.).

  • Desde el punto de vista político, los gobiernos del franquismo normalizaron las relaciones internacionales, fomentaron la existencia de infraestructuras y servicios adecuados: complejos hoteleros, servicios de restauración y agencias de viajes, y llevaron a cabo una intensa propaganda de España como destino turístico, dado que se vio en el turismo el medio de financiar la industrialización y de equilibrar el déficit comercial. Este hecho explica las «prisas» en la ejecución de las infraestructuras, que en la mayoría de los casos se realizaron sin atender a sus impactos medioambientales, tal como siguió en el denominado modelo turístico tradicional.

3.1.3. Evolución histórica

Los inicios del turismo moderno se sitúan en los años 50 del siglo XX. Este modelo turístico tradicional se caracterizaba por una oferta abundante y barata de sol y  playa para personas con un poder adquisitivo medio; domina el verano y se concentra en el litoral mediterráneo y los archipielagos, dependiendo de los turoperadores extranjeros. Puede señalarse 1959 como año de despegue, coincidiendo con un significativo momento en la planificación económica de España, que entendió el turismo como un importante factor de desarrollo. En 1960 el número de visitantes superó los 6 millones, abriéndose en este momento una etapa de crecimiento continuo hasta inicios de la década de los 70; aumentaba más rápidamente el número de turistas que de ingresos, lo que quiere decir que se trataba de un turismo con bajo poder adquisitivo, tal como hemos definido anteriormente. En este período se pusieron las bases del modelo turístico español de masas, el cual requirió la construcción de apartamentos y hoteles, y que dio lugar a la precipitada urbanización de los litorales, muchas veces regida por la especulación y carente de planificación. La política estatal normalizó las relaciones internacionales, construyó infraestructuras y llevó a cabo una intensa propaganda de España como destino turístico, dado que se vio en el turismo el medio de financiar la industrialización y de equilibrar el déficit comercial. Este hecho explica las «prisas» en la ejecución de las infraestructuras, que, en la mayoría de los casos, se realizaron sin atender a sus impactos medioambientales.

Este ritmo expansivo quedó interrumpido en 1973, año de una profunda recesión, motivada por el incremento de los precios del petróleo, la crisis económica internacional, el ocaso del franquismo y los balbuceos de la transición democrática. El modelo turístico tradicional entra en declive progresivamente. A partir de 1976 se inició una nueva fase de crecimiento sostenido, que duró hasta 1983, y cuya principal característica –junto al aumento de turistas extranjeros- fue la incorporación de los españoles al turismo de playa, bien como usuarios de la infraestructura hotelera o en apartamentos propios. En este momento, turistas e ingresos crecen paralelamente prueba de la mejora del poder adquisitivo interno, pero lo hicieron a un ritmo más bajo que el mundial. Esta situación se debió, primero, a causas coyunturales, como la crisis económica mundial ocasionada por el enorme incremento del precio del petróleo que se reprodujo a finales de los años 70, que afectó a la demanda turística, y, luego, a causas de fondo:

  • Los problemas de la oferta turística. Los precios se encarecieron debido a la inflación y el aumento de los salarios, sin un incremento paralelo de la calidad. Además, falta adaptación a las nuevas exigencias de la demanda, que pedía más calidad en el servicio, en las infraestructuras y en el medio ambiente, y una diversificación de las modalidades turísticas para atender al deseo de mayor variedad de opciones, al creciente escalonamiento de las vacaciones a lo largo del año, y al envejecimiento de la población europea.

  • La demanda creciente de calidad medioambiental, ante el deterioro de algunos destinos.
  • La aparición de nuevos destinos turísticos competidores en áreas próximas (norte de África, Balcanes) y en áreas alejadas (Caribe, sureste asiático y Oceanía).

A partir de 1985, se recuperó el ritmo ascendente de turistas e ingresos turísticos, excepto durante los periodos de crisis económicas, como los primeros años de la década de 1990 y de la crisis de 2008. Los factores de este nuevo auge han sido varios, tales como el ingreso de España en la Europa comunitaria en 1986; la inestabilidad política en otras zonas competidoras (Balcanes y países musulmanes del norte de África); factores demográficos como el incremento de la esperanza de vida, y factores fisiológicos y psicológicos, como la necesidad de la población urbana de actividades nuevas frente a la rutina laboral y el ambiente agitado y contaminado de las ciudades; el crecimiento del turismo interno gracias a la mejora del nivel de vida; y el inicio de la reconversión hacia un nuevo modelo turístico basado en la calidad y la sostenibilidad. Este nuevo modelo turístico se orienta a una oferta de calidad basada en la mejora de los servicios y de las infraestructuras ; dirigida a una demanda menos numerosa y más diversa (junto al turismo de sol y playa, van siendo más demandados el turismo rural con paseos a caballo y agroturismo, el termal, el enológico o el turismo de invierno, con deportes, como el esquí, etc.); con mayor poder adquisitivo que compense su reducción numérica; y mejor repartida en el tiempo y en el espacio gracias a la oferta de modalidades alternativas al sol y playa. El nuevo modelo se propone también conseguir la sostenibilidad medioambiental o equilibrio entre el desarrollo turístico y la conservación medioambiental; reducir la dependencia de los turoperadores internacionales creando agencias españolas; y promocionar el turismo por las administraciones públicas con el fin de crear una imagen de España como destino turístico de calidad y hacer frente a la competencia de otros países. Así, el gasto medio por turista aumentó y el número de visitantes también, debido a la recuperación económica de los países emisores y a la mejora de la oferta hotelera y de transportes y comunicaciones. La construcción y promoción inmobiliaria experimentó un fuerte crecimiento por las inversiones extranjeras, a pesar de que la relación dólar/peseta hiciera de España un país caro, y la proporción de ingresos por turismo descendiera.

En la primera década del siglo XXI, se llegaron a superar los 70 millones de visitantes, cifra que incluía a los viajeros en tránsito y a los turistas propiamente dichos, que ascendían a más de 45 millones. En 2007, España, por el número de turistas (59 millones) se sitúa en el segundo destino turístico mundial, detrás de Francia; ocupa también el segundo lugar del mundo por ingresos, detrás de Estados Unidos. A pesar de ello, el turismo español aporta al país menos ingresos que otras potencias turísticas de rango similar, como demuestra el hecho de que España, aunque ocupe el segundo lugar mundial por número de turistas, se sitúa en cuarto lugar por la cantidad de ingresos. En el ranking mundial, España seguía manteniendo en el 2017 el segundo puesto por número de visitantes extranjeros, después de Francia. Sólo el gasto de los extranjeros sumó más de 58.000 millones de euros en ese año. En 2019 visitaron nuestro país más de 83,5 millones de extranjeros, la cifra más alta de la historia. Este crecimiento se ha visto favorecido claramente por dos factores: la inestabilidad política y social de algunos países que compiten con España en la modalidad de “Sol y playa”, como Túnez, Egipto y Turquía; y, la devaluación coyuntural del euro frente al dólar americano y la libra esterlina, un acicate para el turismo estadounidense y británico.

No obstante, la fuerte incidencia de la pandemia de COVID19 ha supuesto que España se viese muy afectada en 2020  que por consecuencia de una menor llegada de turistas, otras actividades económicas como la hostelería o las actividades de ocio se han visto perjudicadas; los datos reflejan que se contrajo hasta los 18,90 millones en 2020 y 31,18 millones en 2021, momentos en los que las restricciones de movimiento impidió la afluencia de turistas a España, más cuando las fronteras estuvieron cerradas en gran parte del tiempo y los En tiempos más recientes, los datos también reflejan una importante mejora respecto de las entradas de turistas internacionales. En 2022 visitaron España 71,6 millones de turistas internacionales, un 86% respecto del año 2019, aunque el gasto por turista se ha incrementado, alcanzando a superar en 1'4% respecto al 2019,  y también la estancia media; estas circunstancias suponen una mejora de la calidad y la rentabilidad de nuestro sector turístico.

No obstante, esta reconversión turística todavía no ha terminado, por lo que en la actualidad sigue predominando el modelo masivo de sol y playa. Este hecho determina en buena parte las características, la localización y las repercusiones del turismo; y orienta la política turística a favorecer la consolidación del nuevo modelo.

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