Los inicios del turismo moderno se sitúan en los años 50 del siglo XX. Este modelo turístico tradicional se caracterizaba por una oferta abundante y barata de sol y playa para personas con un poder adquisitivo medio; domina el verano y se concentra en el litoral mediterráneo y los archipielagos, dependiendo de los turoperadores extranjeros. Puede señalarse 1959 como año de despegue, coincidiendo con un significativo momento en la planificación económica de España, que entendió el turismo como un importante factor de desarrollo. En 1960 el número de visitantes superó los 6 millones, abriéndose en este momento una etapa de crecimiento continuo hasta inicios de la década de los 70; aumentaba más rápidamente el número de turistas que de ingresos, lo que quiere decir que se trataba de un turismo con bajo poder adquisitivo, tal como hemos definido anteriormente. En este período se pusieron las bases del modelo turístico español de masas, el cual requirió la construcción de apartamentos y hoteles, y que dio lugar a la precipitada urbanización de los litorales, muchas veces regida por la especulación y carente de planificación. La política estatal normalizó las relaciones internacionales, construyó infraestructuras y llevó a cabo una intensa propaganda de España como destino turístico, dado que se vio en el turismo el medio de financiar la industrialización y de equilibrar el déficit comercial. Este hecho explica las «prisas» en la ejecución de las infraestructuras, que, en la mayoría de los casos, se realizaron sin atender a sus impactos medioambientales.
Este ritmo expansivo quedó interrumpido en 1973, año de una profunda recesión, motivada por el incremento de los precios del petróleo, la crisis económica internacional, el ocaso del franquismo y los balbuceos de la transición democrática. El modelo turístico tradicional entra en declive progresivamente. A partir de 1976 se inició una nueva fase de crecimiento sostenido, que duró hasta 1983, y cuya principal característica –junto al aumento de turistas extranjeros- fue la incorporación de los españoles al turismo de playa, bien como usuarios de la infraestructura hotelera o en apartamentos propios. En este momento, turistas e ingresos crecen paralelamente prueba de la mejora del poder adquisitivo interno, pero lo hicieron a un ritmo más bajo que el mundial. Esta situación se debió, primero, a causas coyunturales, como la crisis económica mundial ocasionada por el enorme incremento del precio del petróleo que se reprodujo a finales de los años 70, que afectó a la demanda turística, y, luego, a causas de fondo:
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Los problemas de la oferta turística. Los precios se encarecieron debido a la inflación y el aumento de los salarios, sin un incremento paralelo de la calidad. Además, falta adaptación a las nuevas exigencias de la demanda, que pedía más calidad en el servicio, en las infraestructuras y en el medio ambiente, y una diversificación de las modalidades turísticas para atender al deseo de mayor variedad de opciones, al creciente escalonamiento de las vacaciones a lo largo del año, y al envejecimiento de la población europea.
- La demanda creciente de calidad medioambiental, ante el deterioro de algunos destinos.
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La aparición de nuevos destinos turísticos competidores en áreas próximas (norte de África, Balcanes) y en áreas alejadas (Caribe, sureste asiático y Oceanía).
A partir de 1985, se recuperó el ritmo ascendente de turistas e ingresos turísticos, excepto durante los periodos de crisis económicas, como los primeros años de la década de 1990 y de la crisis de 2008. Los factores de este nuevo auge han sido varios, tales como el ingreso de España en la Europa comunitaria en 1986; la inestabilidad política en otras zonas competidoras (Balcanes y países musulmanes del norte de África); factores demográficos como el incremento de la esperanza de vida, y factores fisiológicos y psicológicos, como la necesidad de la población urbana de actividades nuevas frente a la rutina laboral y el ambiente agitado y contaminado de las ciudades; el crecimiento del turismo interno gracias a la mejora del nivel de vida; y el inicio de la reconversión hacia un nuevo modelo turístico basado en la calidad y la sostenibilidad. Este nuevo modelo turístico se orienta a una oferta de calidad basada en la mejora de los servicios y de las infraestructuras ; dirigida a una demanda menos numerosa y más diversa (junto al turismo de sol y playa, van siendo más demandados el turismo rural con paseos a caballo y agroturismo, el termal, el enológico o el turismo de invierno, con deportes, como el esquí, etc.); con mayor poder adquisitivo que compense su reducción numérica; y mejor repartida en el tiempo y en el espacio gracias a la oferta de modalidades alternativas al sol y playa. El nuevo modelo se propone también conseguir la sostenibilidad medioambiental o equilibrio entre el desarrollo turístico y la conservación medioambiental; reducir la dependencia de los turoperadores internacionales creando agencias españolas; y promocionar el turismo por las administraciones públicas con el fin de crear una imagen de España como destino turístico de calidad y hacer frente a la competencia de otros países. Así, el gasto medio por turista aumentó y el número de visitantes también, debido a la recuperación económica de los países emisores y a la mejora de la oferta hotelera y de transportes y comunicaciones. La construcción y promoción inmobiliaria experimentó un fuerte crecimiento por las inversiones extranjeras, a pesar de que la relación dólar/peseta hiciera de España un país caro, y la proporción de ingresos por turismo descendiera.
En la primera década del siglo XXI, se llegaron a superar los 70 millones de visitantes, cifra que incluía a los viajeros en tránsito y a los turistas propiamente dichos, que ascendían a más de 45 millones. En 2007, España, por el número de turistas (59 millones) se sitúa en el segundo destino turístico mundial, detrás de Francia; ocupa también el segundo lugar del mundo por ingresos, detrás de Estados Unidos. A pesar de ello, el turismo español aporta al país menos ingresos que otras potencias turísticas de rango similar, como demuestra el hecho de que España, aunque ocupe el segundo lugar mundial por número de turistas, se sitúa en cuarto lugar por la cantidad de ingresos. En el ranking mundial, España seguía manteniendo en el 2017 el segundo puesto por número de visitantes extranjeros, después de Francia. Sólo el gasto de los extranjeros sumó más de 58.000 millones de euros en ese año. En 2019 visitaron nuestro país más de 83,5 millones de extranjeros, la cifra más alta de la historia. Este crecimiento se ha visto favorecido claramente por dos factores: la inestabilidad política y social de algunos países que compiten con España en la modalidad de “Sol y playa”, como Túnez, Egipto y Turquía; y, la devaluación coyuntural del euro frente al dólar americano y la libra esterlina, un acicate para el turismo estadounidense y británico.
No obstante, la fuerte incidencia de la pandemia de COVID19 ha supuesto que España se viese muy afectada en 2020 que por consecuencia de una menor llegada de turistas, otras actividades económicas como la hostelería o las actividades de ocio se han visto perjudicadas; los datos reflejan que se contrajo hasta los 18,90 millones en 2020 y 31,18 millones en 2021, momentos en los que las restricciones de movimiento impidió la afluencia de turistas a España, más cuando las fronteras estuvieron cerradas en gran parte del tiempo y los En tiempos más recientes, los datos también reflejan una importante mejora respecto de las entradas de turistas internacionales. En 2022 visitaron España 71,6 millones de turistas internacionales, un 86% respecto del año 2019, aunque el gasto por turista se ha incrementado, alcanzando a superar en 1'4% respecto al 2019, y también la estancia media; estas circunstancias suponen una mejora de la calidad y la rentabilidad de nuestro sector turístico.
No obstante, esta reconversión turística todavía no ha terminado, por lo que en la actualidad sigue predominando el modelo masivo de sol y playa. Este hecho determina en buena parte las características, la localización y las repercusiones del turismo; y orienta la política turística a favorecer la consolidación del nuevo modelo.