Tarjeta de presentación durante siglos de los barrios populares de Córdoba, íntimamente ligado al río y por historia el más digno acreedor de la condición de "guerrera gente" que reza el escudo de la ciudad. El Campo de la Verdad de jornaleros, flamenco, luchas y embestidas del Guadalquivir; el hijo de la maldición al exilio redimido con la llegada de los cristianos, que mantuvo hasta el siglo XX su condición campesina y humilde o la venta y paso de ganado por el camino del Puente Romano.
Con la llegada cristiana el clero se ubicó mediante los agustinos hasta principios del siglo XII, y ya en 1368 volvería a convertirlo en diana de las luchas de poder, ahora entre Pedro I, El Cruel, y Enrique de Trastámara, por el que la ciudad salió en armas hasta este antiguo arrabal capitaneada por Alonso Fernández de Córdoba, el noble caballero sobre quien corrió el rumor de su deslealtad. Al ser informado de ello por su madre, cerca del actual seminario respondió tras besarle las manos: "Señora, al campo vamos y allí se verá la verdad".
El Campo de la Verdad tuvo en la ermita una inscripción en recuerdo a Santa Teresa de Jesús que, en la Pascua de 1575 oyó misa en el Espíritu Santo y mantuvo detrás de la Calahorra y hasta bien entrado el XVI su Rastro de bestias y aperos de labranza, calles pobladas de casas de vecinos con nombres todavía impolutos Bajada del Puente, el Egido, Lustreo Mantillo: la patios de vecinos de antaño, de sencillas habitaciones de alquiler, enseres parvos y monederos famélicos que generaban entre sus habitantes el más abundante caudal de nobleza y altruismo. Con el agua siempre sin medida, arrieros y mujeres llenaban sus cántaros de agua limpia hasta el siglo XVII en la fuente del Patio de los Naranjos, y un Guadalquivir turbio arrasaba calles, casas y enseres hasta la construcción del Murallón, la obra más celebrada y esperada de los cordobeses, ideada en el siglo XVI y concluida en el XX.
A pesar de haber conocido la tragedia y la ruina, nunca dejó de ser un lugar de paseo y ocio para los habitantes de más allá del Puente, Intermitentemente y durante mil años, se renovó la costumbre del paseo y la visita, mayormente a la iglesia del Espíritu Santo en el Dia de los Difuntos, tal vez desde el recuerdo lejanísimo del cementerio cercano. La iglesia reina hoy a la entrada del barrio, entre la blancura impecable de las viviendas unifamiliares que relegaron al tempo de chabolas y hacinamiento de mediados del XX.
Con la noche, el Campo de la Verdad mira a la otra orilla desde sus infinitos balcones caminos, y miradores. Es cuando Córdoba. hija del agua, detiene sus perfiles y sobre el plácido Guadalquivir titilan, sin hostigarse, los brillos áureos de la Mezquita y el Alcázar con las luces de neón de la Ribera. El rio se convierte entonces en un espejo negro y quieto que retrata con magistral hiperrealismo instantes en que el ritmo se detiene y el tiempo se aquieta.
Matilde Cabello, en ALEMÁN PÁEZ, F, dir. (2015): Guía literaria de Córdoba, UCOPress, págs. 207-208.