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2.3. Evocaciones literarias

Jazmín

                                                                                    Para Quintín García de la Bárcena


Amiga mía, a veces si estoy leyendo y llueve
como ahora, tu voz parece oírse cerca,
por entre los grabados del pasillo y la cal
que intenta ser imagen de un callejón de Córdoba.

Brilla en el vaso apenas un copo de jazmines,
el fugitivo olor que tu mano ordenaba
sobre el mantel listado, con el pan y el cubierto
de la ternura abierta en la frugal vianda.

¿Te olvidamos un poco? Tú cruzas silenciosa.
Nuestros días se han hecho sordos y no esperamos,
con la vejez terrible, unas lágrimas frescas.
El llanto es privilegio de los amores jóvenes.

Mas tu perfil en sepia de la fotografía
me lleva hasta los libres, primeros años 30:
las trenzas -Lily Cépannek- en diadema de mieses,
la angostura del cóctel, la rosa de un abdullah.

Aquel túnel de sangre del verano... Chirriando
se detuvo el expreso en andenes hostiles
y atrás quedó el bagaje y el inútil retorno
talló de sales duras la mirada al pasado.

Luego, ya tejedora de bufandas de hastío,
vas y vienes, levantas el estor, la sonrisa,
y en el alféizar húmedo desmenuzas las migas
doradas para el ave mortal de la tristeza.

Oscurece tan pronto. Obediente a los signos
caminas al encuentro en el atrio sombrío.
Fulge a la luna el miedo cipresal de la noche
y está el naipe marcado con la indecible cifra.

GARCÍA BAENA, P. (2002): En la quietud del tiempo (Antología Poética), Renacimiento, Sevilla, 2002, págs. 227 y 228.

Cándido

Tanto tiempo en silencio, tantos días
juntos sobre el jergón encarnizado,
sobre el ara o caverna de la cama
que altas cortinas, como altivos muros,
defendían de gritos y de música.
Amablemente preso te tenía
amor de seda y garra leonada,
inerme animal capturado
en incendiados bosques venatorios.
Mas en tus ojos un oscuro brillo
forestal, un latido bronco y libre
me decían que no es lo suficiente-
mente espesa la red entretejida,
como nupcial velambre o madriguera,
ni la llave de oro y la carlanca
seguros contra el odio del vencido.
Así un día te fuiste y los perros
ladraron a tu muerte entre la niebla,
entre el olvido, pájaro de lágrimas.
...Por las torres de Córdoba llovía...
Vuelves ahora en altas madrugadas
de recién lluvia, a encender los cirios,
ceremonial augusto del recuerdo,
por mi noche que alúmbrase en lo hondo
de nueva luz, oh lívidos puñales
levantados, fantasmas fulgurantes,
cartas, fotografías, siemprevivas,
volved a vuestras vainas, a los féretros
silenciosos que arrastra la corriente.
Junto a los olas yo también soy libre.

De: «Antes que el tiempo acabe» – «El amor» – 1978; recogido en «Pablo García Baena: Poesía completa (1940-2008)». Ed. Visor – Colección de Poesía – 3ª Edición ampliada – 2008.

CÓRDOBA

Amarillo perfil de arquitectura
de cúpulas y torres coronado,
torso de duro mármol cincelado,
estatua de ciudad. Córdoba pura.

Abres al valle virginal figura
a la que el Betis besa enamorado
y en tu más alta torre reflejado
el oro de tu Arkángel te fulgura.

Arena y cal, olivo, serranía,
enhiesto pino, palmeral ardiente
ciñen tu delicada argentería.

Relicario de siglos donde Oriente
engarza en vesperal policromía
tu albo destello ¡oh perla de Occidente!.

Juan Bernier, Córdoba

Canto del Sur

Tu letra, oh Sur clavada sobre la cal blanca de las espadañas
junto a la bota de un férreo arcángel enmohecido,
tu letra bajo el paralelo 38 con una aguda flecha cortante
desde las torres de Córdoba a la azul espuma de Cnosos,
faja de plata y oro en el triunfal pecho del mundo,
mar donde los delfines juegan o desierto donde los esqueletos brillan,
verde y amarilla bandera desplegadas hasta las palmeras de Tombuctú;
dos mares de agua y arena por el mismo sol cauterizados,
sol que chorrea su oro sobre los limoneros y naranjales de Tarsis,
blanco como un cuchillo de plata para herir la gruta en sombra de las higueras espesas,
sol del Sur, gladiador entre el agudo acero de los setos,
donde las moreras deshacen la esmeralda densa y dulce de su sangre,
y las vides salvajes retuercen el estéril himeneo sin fruto de sus pámpanos.
Tu nombre, oh Sur, en los fustes inmóviles o en las rotas cariátides del Olimpo,
en la altiva pereza de las veletas donde las campanas gritan su nupcial exhalación de alegría,
Sur, inmenso Sur, con el mismo rostro en los huertos del Hedjaz
donde el agua es como una muchacha a quien cuida un amante
donde cada gota es como una moneda de oro que el avaro guarda en su cántaro de barro.
El mismo en los jardines de Granada donde sólo se oye la líquida voz de las fuentes,
en los parques de Sevilla entre cuyas sombras crece el hormigueo burbujeante del sol,
y más allá, en la tentación desnuda del seno azul y lechoso de Nápoles,
en el que las sirenas y las estatuas yacen sepultadas bajo el abrazo verde de las algas,
donde no hay brumas ni tristezas y aún los cementerios son blancos;
rostro del Sur cuyo color es el de un brazo desnudo
que recoge conchas entre la espuma y la cal cegadora,
moreno como la entera desnudez de los pequeños pastores
que se bañan cuando no suena sino una insondable vibración del silencio,
en la siesta sin límites, cuando el oído escucha el rumor de la vida en la caracola infinita del espacio
sobre el mar y el desierto; entre los olivos y los naranjales el canto estival de la chicharra
como el ruido de una sangre que hierve a borbotones: sangre del Sur,
mosto que cuece su embriaguez de luz y de oro;
sangre de los hombres del Sur, sin cualquier sombra en sus almas
ni otro paraíso que este de la tierra caliente donde maduran los frutos,
la melada aspereza de los dátiles, las higueras y las granadas escarlata,
donde crece y madura también el más maravilloso fruto de la tierra,
el fruto moreno y tostado de los hombres, de las mujeres y de los niños,
de los seres del Sur, como estatuas de húmeda arcilla dorada
que empapa el soplo seco del levante o la brasa viva del Simún;
y que como palmeras al mediodía no tienen sombra en sus almas,
sino una aspiración profunda para llenar sus pulmones de la densa voluptuosidad de la tierra,
de la brisa de sus montañas, de sus mares o de sus ciudades sin tiempo,
fundidos con la alegría de las terrazas blancas o de las cúpulas de oro,
almas sin sombra, sonrientes de cualquier metafísica sin perfume,
porque no hay ningún deseo que no puedan satisfacer aquí abajo,
en el huerto inmenso, en el paraíso del Sur, donde los ríos para la sed son setenta veces siete.

Juan Bernier, Revista Cántico, nº  1, 1.ª época, octubre 1947, pp. 6-7

Belleza

Córdoba inconsciente como estatua de mármol
diosa de la belleza humana entre la cal de la calle
paraíso de la mirada. ¿Cómo nace la hermosura de ti?
¿Cómo se muda, tu áspero y calizo espíritu en tu mármol humano?
Mala leche de piedra
que en la forma de Atenas tallas cuerpos de ensueño
con escándalo de tu mente prohibitiva.
Por tus calles estrechas de tabernas y néctares de oro,
paraíso de vírgenes y efebos trashumantes,
el canon pisa tu pensar de rejas y cadenas,
las estatuas andando, trajinando los dioses
un Olimpo te llena. Y la belleza pura
las huellas de Dyonisos planta
en tu caliza basta, castellana.

'''Juan Bernier: Poesía en seis tiempos.

Sarcófago de Córdoba

Allí se reclinó el cuerpo cansado
de aquel que buscó y no halló la absoluta belleza,
verde jardín que refresca el surtidor,
no más, no más sino dormir eternamente.

Filósofo abúlico o dacio mílite,
noble patricio o emperador divinizado,
en tan deslumbrador rectángulo de mármol
rosado mineral, tal si de Paros,
con luz lunar iluminada luce
vegetal o animado relieve caliente e inmortal
en cuya puerta, innominada, resquicio cierto incita
a traspasar el dudoso dintel ignoto.

Puerta indecisa que separa
sucio mundo presente de un más dichoso prometido;
Hades funesto así lo aceptas sin pavor alguno,
senda de luz y silencio abierta ante tus pies,
niebla acogedora te envuelve en tu mortal deceso,
esplendor evanescente que hace traslúcido el frío alabastro.

Sarcófago de Córdoba que en ti mismo devoras
cruel ciudad desdichada a la vulgaridad entregada con desidia.

Descansa ahora y luego resucites,
corta fusión perecedera,
para de ti volver, alta realeza,
polvo o aire, del agua, triunfal de nuevo en ti reconvertirme.

Julio Aumente Martínez-Rücker

Paisaje con campanas

Son ya las seis y media y es domingo. Febrero
trae uno de sus días soleados y dulces
en los que ya se siente rozar la Primavera.

Desde este mirador veo Córdoba: sus torres
y sus casas bañadas en el sol de la tarde,
con un silencio apenas roto por unos pájaros
o por llantos de niños en las casas cercanas.

A veces toda la ciudad vibra entera
y el aire es dulcemente rasgado
por la campana de un convento que toca a Vísperas.
Primero es el Císter, luego la Encarnación,
lejos se oyen apenas Santa Isabel y el Corpus.

Después viene el silencio a dominar de nuevo.
Por la campiña se vuelve el aire tenuemente violeta
y en la sierra los montes oscuramente azules,
¿acaso no es la tarde como una nueva aurora?
San Jerónimo cubre su perfil de naranjas.

Un rumor de caballos sube desde la calle.
Las campanas repiten su llamada insistente
y los pájaros huyen de las torres. El Ángelus
se extiende en toda Córdoba entre sol y silencio.

En la blanca azotea de un convento apartado
del mundo por ligeras celosías de madera,
una monja recoge las ropas ya secadas.

La última campana ha cesado. Imperceptiblemente
la tarde va dejando jirones de sí misma
en las cumbres más altas de Sierra Morena.

Lejos hacia Granada las luces van huyendo
y ni un rayo de sol queda ya en los tejados.

Los jardines ocultos van despertando al frío
y de un balcón oscuro surge un rumor de música.
La noche viene lenta casi como la muerte
que se espera, no llega y de pronto ha llegado.

Julio Aumente Martínez-Rücker

Alas de Arcángel

Alas de Arcángel, Córdoba, coronan
torres adormecidas de violines.
Jirones son de noche los carmines
que las luces del alba fría destronan.
Arruinadas murallas abandonan
palmas de oro en pálidos jardines;
berilos de verdor entre jazmines
señales Son que tu esplendor pregonan.
¡Oh dorada campiña en la que el río
como un cinto de plata refulgente
hiere los muros con su pulso frío!
iClaro Guadalquivir ! Adolescente
que, forzado hacia el mar. llevas sombrío
mármol en venas de agua en tu corriente.

Julio Aumente Martínez-Rücker

Lejanía de Córdoba (Paisaje de otoño)

Los árboles azules de la raíz desnuda
se volvieron de oro. La tarde fue muy larga
con su luna menguante llorando en los arroyos.

En los surcos un ala nada más, escondida
y en su confín, las torres enjoyadas de niebla
cruzando los cambiantes cielos de la Campiña.

Un rumor de agua oculta ya hecho brisa en guitarras
coronaba la testa de los bustos romanos
-cadáveres de mármol naciendo de la tierra
feraz, desentrañando la verdad más profunda.

Y al bisel del crepúsculo, más allá, al horizonte,
donde los ríos no acaban y las tardes se olvidan:
Córdoba humo de sueño lejano, deshojando
sus hondas campanadas como un árbol de siglos...

LÓPEZ, M. (2004): Poesía (introducción de Guillermo Carnero), Ayuntamiento de Bujalance, Córdoba, págs. 39.

Soneto a Córdoba

Tu honda raíz de gravedad romana,
dórico aroma en mármol de ruinas
su alma trasciende en flor por las esquinas
del aire que te asiste musulmana.

Córdoba de la almena y la campana,
del silencio estancado en hornacinas,
paredes de cal muerta y gongorinas
torres a piedra y luna en filigrana.

Lirio al río por el alba labradora
y al pie del monte inexpresable anhelo
de ser nube ermitaña o ser pastora

o alamar para el traje azul de cielo
que tu Arcángel de luces gasta y dora
en la órbita andaluza de su vuelo.

LÓPEZ, M. (2004): Poesía (introducción de Guillermo Carnero), Ayuntamiento de Bujalance, Córdoba, pág. 182.

PROPUESTA FINAL 2

En este apartado, efectuaremos una selección de poemas enfocada al objetivo de crear un itinerario interior (paisaje interno del individuo contemporáneo cordobés), un “paseo” que transite en paralelo y que complemente –en múltiples direcciones- la experiencia estética que la misma ciudad proporciona. Responda a las cuestiones libremente pensando: 

PORQUE TU LIBERTAD

Porque tu libertad que es la mía
no comprometida por fuero o razones
sentencia o dictamen sin adorno ni compostura
es audaz en secreta adolescencia.
Pues así como la belleza innecesarios
le son los incentivos, un corazón joven
ideología no necesita.

Francisco Gálvez: Degeneración del 70. Ed. Antorcha de Paja. 1978

  • ¿Qué has sentido al leer el poema?

  • ¿Cómo vincularías ese texto con el paisaje que estás observando?

  • ¿Sabes que son los paisajes interiores?