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5.3. Evocaciones literarias

El doctor Pedro Mato mató a su mujer

Otra calle encontramos en este sitio, llamada Alta de Santa Ana, que comunica con la Cuesta de Pedro-Mato, la mas pendiente que existe en todo Córdoba, la cual pertenece ya al barrio de la Catedral; en los padrones antiguos vemos todo este trayecto con el segundo de aquellos nombres, por cierto uno de los más justificados, recuerdo de uno de los mas lastimosos sucesos que registra la historia de esta ciudad.

En la última casa de la acera izquierda, que forma rincón y es conocida por la de la Escalerilla, por una que tiene delante para subir desde la calle á una habitación alta, moraba hacia 1575 el Dr. Pedro Pera Mato, uno de los médicos que por su ciencia y honradez han gozado de mas crédito entre los cordobeses: algunos autores lo hacen portugués, mientras otros lo creen de Córdoba, donde vivían y tenían bienes sus padres el Lic. Cristóbal Sandin y D.ª Beatriz Cano: terminada su carrera con gran aprovechamiento, se acreditó bien pronto en su profesión, logrando alcanzar una posición holgada; entonces se casó con otra D.ª Beatriz, cuyo apellido ignoramos, demostrándose ambos esposos un entrañable amor, del que eran fruto dos hermosas niñas.

Así permanecieron muchos años, hasta que uno de los Paez Castillejos que habitaban en su casa solariega de la plazuela de D. Gerónimo Paez, fijóse en la esposa del doctor, empezando á hacerle señas desde la azotea que aun se vé sobre la hermosa fachada de su morada: la que hasta entonces había demostrado una intachable conducta, fijóse también en su galanteador, é interviniendo una codiciosa criada, tomaron aquellas ilícitas relaciones una importancia causa de funestísimos desastres.

El carácter irascible de la señora le hizo cometer la imprudencia de maltratar de palabras y obras á la que era dueña de su secreto, y ésta, vengativa en estremo, reveló al Dr. Pedro Mato el horroroso engaño de que era víctima, revelación á que dio fuerza la misma esposa desleal, puesto que, apercibiéndose de ello, se puso una toca y corrió á refugiarse en un convento, donde se constituyó en clase de depositada.

Una vez dado el escándalo, no se ocupaban en Córdoba de otra cosa, por mas que en aquellos tiempos se hablaba siempre de los asuntos graves con un misterio que ahora no se conoce. Sin embargo del escándalo, tanto el Obispo Fresneda como otros muchos amigos del doctor, apoyados en la negativa de D.ª Beatriz, empezaron á disuadirlo de aquella idea, suplicándole que por el amor que tenía á las dos niñas, perdonase a aquella la ofensa y la recojiese en su casa, dando palabra de no ofenderla, temerosos como estaban, tanto por el fuerte carácter del médico, como por lo mucho en que estimaba su honra: consiguiéronlo al fin, y la señora volvió á la casa conyugal, donde empezó á hacer una vida tan recojida que ni salía á misa, puesto que ésta la oia en un oratorio que al efecto le costeó su marido.

Así continuaron varios meses, hasta que un dia, ya fuese la criada en venganza de haberla despedido, ya algunos envidiosos del buen nombre y fortuna que como médico tenía Pera Mato, ó tal vez cualquiera de esos para quienes la honra agena es un juguete, y que pensaran divertirse con aquella desgraciada familia, una noche colocaron sobre la puerta de la casa una cuerda llena de cuernos, como indicando la paciencia con que el esposo llevaba su deshonra: cuando por la mañana salió Pera Mato y se encontró con aquel insulto, quedó parado sin saber que determinación tomar: su primera intención fué vengar el ultraje en D.ª Beatriz, mas luchando al mismo tiempo con la palabra de no herirla, dada al Obispo y demás amigos intermediarios en el asunto, quitó la cuerda y siguió su camino, batallando allá en su mente con la idea de la venganza.

Creyéndose un tanto tranquilo, tornó al fin á su casa, donde al ver á su esposa, sintióse acometido de tal ira, que arrojándole á la cara la cuerda que quitó de la puerta, la agarró por los cabellos, y sin darle mas tiempo que el necesario para encomendar su alma á Dios, la ahorcó con una tohalla que encontró en aquella estancia: seguidamente recojió el dinero y alhajas que halló mas pronto, y corrió á refugiarse en el colegio de los Jesuítas, de donde lo sacó la justicia, siguiéndole rápidamente su proceso y condenándolo á muerte.

De esta sentencia apeló para ante la Chancillería de Granada, dando poder ante Gonzalo de Molina en 1574, á un farmacéutico de Córdoba llamado Luis Abarca, para que fuese á dirijir y cuidar de su defensa, siendo el resultado la conmutación de aquella pena por la de presidio en uno de los de África, de la que se cree fuese indultado por influjo del Duque de Medina Sidonia, á cuya protección se acojió, puesto que luego figuró en Sevilla con gran fama, casando á una de sus hijas, á quien dio cincuenta y cinco mil ducados de dote, además del que entregó á la otra para entrar religiosa en el convento de Santa Clara de Córdoba.

El Dr. Pedro Pera Mato escribió varias obras sobre medicina, muy apreciables, imprimiéndose una de ellas en 1576. El suceso referido fué muy ruidoso en esta ciudad, escribiéndose de él varios romances y cantares, de los que ha llegado á nosotros el siguiente:

Pedro Mato
mató á su mujer;
físolo tarde,
mas físolo bien.

RAMÍREZ DE ARELLANO Y GUTIÉRREZ, T. (2001): Paseo décimo. Barrio del Salvador y Santo Domingo de SilosPaseos por Córdoba o sean apuntes para su historia. Tomo II, Diario Córdoba, Córdoba, págs. 134-135.

Museo Arqueológico

Igual que cera ocre en agosto, las figuras de la portada de Hernán Ruiz II parecen diluirse irremisiblemente en la plaza de Jerónimo Páez, bajo la mirada romana de Lucano, el vigía del palacio de Casas Altas, conocido popularmente como Casa del Judío que tiene de certeza su adquisición, por parte del seno  francés Elie Nahmias a mediados de los años 60, y tiene de leyenda la antigua tradición de los expulsados de Sefarad que regresan a Su vieja patria con la llave del hogar perdido. La estancia, pone la plaza de Jerónimo Páez cresterías vegetales y lánguidas buganvillas, recibiendo sin estridencias la reciente ampliación del Museo Arqueológico de Córdoba con sus más de tres mil metros cuadrados de perfecta comunión entre espacios expositivos, restauración e investigación.

El siglo de la tecnología y las nuevas formas museísticas se abrazan aquí con una esperanza que comenzó a fraguarse en 1844, en la Colección de Antigüedades del Museo de Bellas Artes. Estuvo primero en el Colegio de la Asunción, en la Diputación, en el Hospital de la Caridad luego, itinerando por muy diversas sedes hasta 1959 en que quedó definitivamente instalado en el palacio. Dentro, el sueño  cumplido de hombres y mujeres de una peculiar generación del 98 cordobesa que como espías clandestinos y sin licencia oficial, horadaron los ancestrales pilares del expolio. La Comisión de Monumentos de Córdoba fue el origen; guerrilleros en tierra yerta, armados de la palabra escrita en rotativas incipientes, que alumbraron un despertar para el patrimonio y dejaron tras estos muros dos nombres imprescindibles: Rafael Romero  Barros, el creador, el germen y Ana María Vicent, que tomó el testigo y abrió las puertas del actual palacio-museo.

Un sencillo estanque y un patio de arcadas luminosas, entre basas, fustes y capiteles, como vertidos por un viento suave, son el pórtico del espacio originario.

La recreación de la Historia en un cofre delicadamente tallado a través de la  huella de los primeros dedos hábiles, de los credos y sus infinitos dioses, se exponen y revelan en cada espacio, desde su origen. El nexo de unión del ayer y el presente, es la ofrenda del sustrato que dejó al descubierto el antiguo Teatro Romano, el de mayores dimensiones conocidas de la Hispania, un yacimiento integrado y visitable entre estos dos museos en uno, tan excepcionales como el pasado de esta tierra por y desde siempre, la elegida.

Matilde Cabello, en ALEMÁN PÁEZ, F., Dir. (2015): Guía literaria de Córdoba, UCOPress, págs. 75-76.

Solitario, Niño, Viejo

Llegó callado, mirando el suelo, sin dar evidencias de su estado de ánimo. Los domingos se dilatan andando en solitario, y el tiempo aumenta cuando se multiplica por cuatro paredes, dos habitaciones, una cocina y un cuarto de baño sin ventanas y extractor. Había recibido un correo electrónico donde Silvia anunciaba la siguiente actividad: la pieza del me. Pensó entonces que su agenda de fin de semana pasaría rápida si copaba la mañana del domingo con aquella invitación cibernética

Se dirigió al acto mucho antes de la hora oficial del comienzo. Entró al museo taciturnamente, sin expectación ni aura instintiva. Su familiaridad con el edificio le llevó a visualizar las seis salas del museo para optimizar el recorrido y acercarse pronto al salón de conferencias. Eso sí, buscaba siempre un buen sitio donde escuchar cómodo a quienes intervenían en dichas actividades. Detestaba estar de pie, el roce del tumulto y el olor de humanidad, pero, sobre todo, la mala educación, tan generalizada, de no apagar los móviles y la evidencia hecha timbrazos de un pésimo gusto musical de politono.

Decidió empezar el visaje de la galería ante la máscara del Dios Pan y relajarse luego con el gesto curvilíneo de Afrodita. Calmados los vitreos, se situó frente al mosaico del cortejo báquico. Las ocho escenas de ménades y sátiros girando en una rosa de los vientos activaban su imaginación hasta el inicio de la conferencia, y además controlaría desde tal fugar a los asistentes cuando aparecieran multitudinariamente desde lejos.

Niño entró indomable estirando el brazo de sus progenitores, Mostraba unos ojos tintineantes y abiertos, dispuestos a devorar todos los rincones del museo. Nada más pasar al patio 1º, se soltó de sus padres con enérgica vitalidad. Desecha todos los objetos pequeños y apenas le interesan las presentaciones de las galerías mostradas al trasluz de los cristales. Ignora las arracadas de oro, los pendientes califales, el cervatillo de bronce o el tesoro de los Almadenes. Sube y baja a pata coja las escalinatas semicirculares del teatro romano. Mete el brazo en las ánforas con la intención de encontrar alguna piedra canica o una pelota de tenis que el tiempo hubiese revestido de caucho amarillento, loca de corrido las peanas de los conjuntos escultóricos ungiéndolas con dedos inocentes de saliva. Incluso osa domar el león de Nueva Carteya sentándose encima de su lomo de mármol. Solo los niños detienen el tiempo de domingo sin pensarlo y sin tener que proponerlo.

Viejo entró con lentitud temblorosa apoyado en su bastón de nogal. Conoce con exactitud el recorrido del museo bajo sus suelas de goma y años. Camina tranquilo con pasos de semana santa, aunque a veces mira de reojo las señales indicativas de la galería para confirmar sus intuiciones brújulas. Sólo se detiene ante objetos que simbolizan algún rito religioso, iconos de carácter mágico o lápidas funerarias. (Observa los exvotos ibéricos, las tablillas de beneficios, la figura de budú, la sombra movediza del reloj árabe solar. Hace paradas breves en cada sala, previa ración de pastillas azules, blancas, rojas, verdes o amarillas. Frente al mosaico de las cuatro estaciones, reta la inadecuación de sus símbolos agrícolas por un tiempo transmutado por el hombre. Y a veces se pregunta cuándo y cómo replicara para si la campana del Abad Samson.

Tras la conferencia, los asistentes emprendieron el camino de salida. Solitario y viejo quedaron rezagados aguardando a que la multitud se disgregara, pero de pronto escucharon una risa burlona que salía desde el interior de un sarcófago. Niño asomaba y bajaba la cabeza cuando alguien se acercaba a dicho escondite, dándole así un sentido primario de control a su vida juguete. Manteniendo cierta distancia para no romper el entretenimiento de niño, viejo y solitario centraron su atención en las cinco escenas del féretro paleocristiano. Solitario clavó sus ojos en el desnudo de Eva y Adán tentados por la serpiente del árbol de la ciencia Vicio se afanaba en descubrir un nexo común entre las otras cuatro ideografías del féretro e hilvanaba una “story board” entre el sacrificio de Isaac, las negaciones de San Pedro, la multiplicación de los panes y peces, o el milagro de la piedra de Horeb. Nadie hubiera pensado que un ataúd marmóreo  lograra asemejar tamaña desemejanza.

Un día, Silvia recibió un mensaje al abrir su correo electrónico “Querida Silvia: Soy Viejo Niño Solitario Me gustaría inscribirme en la asociación de amigos del museo pero si participar en sus actividades. Solo me interesa disponer visualmente de las instalaciones fuera de horario al público. Te adjunto a la presente mi número de domiciliación bancaria”.

Francisco Alemán,  en ALEMÁN PÁEZ, F., Dir. (2015): Guía literaria de Córdoba, UCOPress, págs. 77-78.

PROPUESTA FINAL. 5

En este apartado, efectuaremos una selección de poemas enfocada al objetivo de crear un itinerario interior (paisaje interno del individuo contemporáneo cordobés), un “paseo” que transite en paralelo y que complemente –en múltiples direcciones- la experiencia estética que la misma ciudad proporciona. Responda a las cuestiones libremente pensando: 

EN CONSTRUCCIÓN

Se ve mejor la casa y las ventanas
si miras desde fuera.

Si miras desde fuera
se mejor la puerta negada al que ahora vuelve,
como una fragua niega la lluvia a sus cenizas.
En qué pared podrás alzar tu cuarto ahora,
mirando hacia qué norte o hacia el sur.

Caminas por la casa, la casa como propia.
la vaga calidad de un balcón frío,
la cristalera enorme, los muebles
que ahora faltan, los que sobran,
lo que queda en el reparto.

Se construye la casa sobre el torno
como una casa nueva
por mucho que se tensen los cimientos;
por mucho que la casa se resista.
También la casa sabe que está gastada fuera,
que está gasta dentro;
las luces asonantes, las aguas que acompañan,
el grano de lo antiguo.
Acá la casa, así mientras te espera;
ninguna piedra nueva será movida sola.

Joaquín Pérez Azaustre: Delta. Ed. Visor. 2004

  • ¿Qué has sentido al leer el poema?

  • ¿Cómo vincularías ese texto con el paisaje que estás observando?

  • ¿Sabes que son los paisajes interiores?