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6.3. Evocaciones literarias

Fragmentos literarios sobre la Mezquita de Córdoba

A mediados del siglo XX, Lévi-Provençal encontró varias descripciones que alteraron el panorama general sobre las fases constructivas de la mezquita de Córdoba. Una de ellas, de Ahmad al-Razi, muerto en el año 955, explicaba:

"El emir Abd al-Rahman ibn al-Hakam fué el primero de los soberanos marwanîes que amplió la mezquita mayor de Córdoba, ampliación visible en la dirección de la qibla para el que penetra en ella, y que quedó unida al anterior edificio que el bisabuelo de este príncipe, Abd al-Rahman ibn Muawiya el Emigrado, fundador de la dinastía, levantó de acuerdo con los conquistadores árabes de la Península, que habían fundado esta santa mezquita. Abd al-Rabman II llevó a cabo esta ampliación alargando el edificio en direcci6n de la qibla; utilizo para ello el espacio libre situado entre el extremo de la mezquita primitiva y la gran puerta Sur de la ciudad, que domina el puente sobre el Guadalquivir y del que recibe nombre. El oratorio antiguo  tenía nueve naves: Abd al-Rabnün añadió otras dos, una a cada lado, con 10 que su número total fué de once. Merced a estos trabajos de ampliación la mezquita quedó mas espaciosa, con mayores comodidades para los que la frecuentaban, y creció su fama. La ampliación referida se comenzó en el año 234; finalizó en yumadà 234 (= diciembre de 848)."

Lévi-Provençal mencionaba aún otra referencia en el mismo sentido, escrita por Ibn al-Nazzam, que vivió en tiempos de al-Hakam II, ofreciendo más detalles sobre la ampliación del segundo Abderramán pero manteniendo la idea de que también ensanchó la mezquita:

"El anterior oratorio no tenía más que nueve naves; paralelamente a ellas y desde su comienzo, levantó totalmente otras  dos nuevas, una al Este y otra al Oeste, a lo largo de las primitivas; la mezquita quedó entonces con once. El ancho de cada una de las dos añadidas se fijó en nueve codos y medio. A las dos nuevas naves  unió dos galerías altas, en comunicación por puertas con las que existían al norte de la antigua mezquita, destinada a la sala de las mujeres; cada una de estas galerías descansaba sobre 19 columnas. 
(…) 
Abd al-Rahman II mandó construir en el fondo del sabn una galería Norte que armonizase con las dos levantadas antes sobre sus costados de Este y Oeste, y las comunicó entre sí, merced a lo cual se pudieron utilizar 30 nuevos lugares destinados a las mujeres que iban a orar a la mezquita… 

CAMPO, M. (2014): Las fuentes literarias y las primeras fases de la mezquita mayor de Córdoba, Las paridas de Marcelo del Campo, 2 de abril.

A Córdoba

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
Oh gran río, gran rey de Andalucía,
de arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorïosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!:

si entre aquellas ruinas y despojos
que enriquece Genil y Dauro baña
su memoria no fue alimento mío,

nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tu muro, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, ioh patria, oh flor de España!

Luis de Góngora, Soneto, 1585

Las callejas aledañas a la Catedral

"He continuado mi paseo. El laberinto de callejuelas que se extiende en los aledaños de la Catedral, ofrece uno de los aspectos más interesantes de la ciudad. Es aquí donde el silencio, la serenidad y la melancolía son más grandes. De tarde en tarde, pasa un asno cargado con una sera de carbón; una viejecita marcha lentamente, se detiene, torna a caminar; se levantan tímidamente unos visillos, tras unos cristales, al ruido sonoro de los pasos. Suenan lentas, sonoras, rítmicas, las campanadas de una hora, campanadas que en el silencio se difunden sobre la ciudad y se pierden y se apagan dulces.

He llegado a la Catedral. He traspuesto la puerta y he entrado en el Patio de los Naranjos. Cuatro o seis mendigos toman el sol.  El patio es ancho, empedrado de guijarros; se extienden los naranjos en filas;  la alta y recia torre se yergue a un lado. Sólo algunos viajeros cruzan a esta hora el patio y se dirigen hacia la catedral. El mismo silencio de la ciudad se goza aquí en este recinto. Una fuente deja caer un hilo de agua. Cada medía hora una moza con un cántaro aparece y lo llena en la fuente; el agua  hace un son ronco y precipitado al caer en el cántaro. La moza espera inmóvil junto a la fuente. Pían y saltan los gorriones en  los naranjos. Se remueve lentamente un mendigo en su capa. Las campanadas de las horas vuelven a descender sobre la ciudad lentas, acompasadas, sonoras.

Gana el espíritu en esta ciudad y en esta hora una sensación de serenidad y de olvido. Se escucha el alma de las cosas. Sentimos añoranzas por cosas que no hemos conocidos nunca; anhelamos algo que no podemos precisar y cuya falta no llega a producirnos amargura. Si salimos de la Catedral y avanzamos un poco hacia el río, vemos allá a lo lejos, en la ribera opuesta, dilatarse una campiña de tierras sembradizas. No se columbran arboledas ni fragosidades por esta parte de la ciudad. La tierra es llana, ligeramente ondulada; los bancales de fino verdor alternan con los cuadros oscuros de barbecho. La compenetración de este paisaje austero, noble, místico, con las callejuelas y con los patios blancos y callados, es también perfecta. Un último detalle nos falta: por la mañana, a mediodía, un fuerte olor a leña, a ramaje de olivo quemado, se respira en las callejas y en las casas. Es el aroma castizo de las ciudades españolas meridionales y levantinas.

¿Dónde estará el artista –tornamos a preguntar- que recoja el alma de esta ciudad? Al hacerlo tendría  que expresar este concierto profundo de las cosas, esta compenetración íntima de los matices, esta serenidad, este reposo, este silencio, esta melancolía".

Azorín: Horas en Córdoba, Diario de Barcelona, 13 de abril de 1909, en España (1909).

Córdoba Lejana y sola.

.“Córdoba Lejana y sola.

Jaca negra, luna grande
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos,
yo nunca llegaré a Córdoba.
Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.
¡Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay que la muerte me espera
antes de llegar a Córdoba!
Córdoba. Lejana y sola”.

Federico García-Lorca, Canción del jinete

San Rafael

Diego Gómez


Un solo pez en el agua

que a las dos Córdobas junta:
Blanda Córdoba de juncos.
Córdoba de arquitectura.
Niños de cara impasible
en las orillas se desnudan,
aprendices de Tobías
y Merlines de cintura,
para fastidiar al pez
en irónica pregunta
si quieres flores de vino
o saltos de media luna.
Pero el pez que dora el agua
y los mármoles enluta,
les da lección y equilibrio
de solitaria columna.
El Arcángel aljamiado
de lentejuelas oscuras,
en el mitin de las ondas
buscaba rumor y cuna.
Un solo pez en el agua.
Dos Córdobas de hermosura
Córdoba quebrada en chorros.
Celeste Córdoba enjuta.

Federico García Lorca, Romancero gitano

Córdoba y su fisonomía

De tal manera se han identificado Córdoba y la Mezquita, que son muchos los que caen en el error de creer que, vista la Mezquita,  no hay porqué detenerse en Córdoba. Es cierto que, comparados con la Mezquita todos los demás monumentos palidecen, pero lo mismo ocurre en otras ciudades sin por eso restar valor e interés a monumentos menos grandiosos o representativos. Hay mucho que ver y admirar fuera del recinto de la Mezquita: Córdoba, la de las calles silenciosas, la de las plazas recónditas, de los "compases" -el compás es una suerte de patio, entre la casa y la calle- apartados, mecidos en el arrullo de cristalina fuente, de las callejas tortuosas con pavimento de piedra y musgo, impregnadas de paz aldeana. Una Córdoba que es pura Andalucía sin afeites y que está casi inédita. Sin embargo, su impresión total es tan profunda y emotiva que se equilibra con la que secularmente viene despertando la maravilla arábiga de la Mezquita.

Es preciso, pues, no contentarse con visitar la Mezquita si se quiere conocer Córdoba. Porque la ciudad es el marco vivo del monumento y no se pueden desarticular so pena de llevarse una fría impresión arqueológica, un clisé mudo y apagado. Hay que ver toda Córdoba. Por eso es tan difícil ordenar un itinerario. El itinerario está exigido sobre todo por las ciudades donde los valores artísticos o pintorescos constituyen una excepción; pero en Córdoba, donde a cada paso hallamos materia de contemplación artística o motivo folklórico, lo mejor sería lanzarse a la aventura por las calles y descubrir por uno mismo cuanto de interesante surja al paso.

Hay que ponerse, no obstante, en la realidad del viajero y reconocer las dificultades y peligros de conocer una ciudad a la aventura y más aún una ciudad tan recatada como Córdoba. En este caso no hay más remedio que trazar, si no un itinerario rígido, un  sistema coherente de " llamadas de atención" al viajero para evitar que nada se le pase por alto. 

Ricardo Molina (1953): Córdoba, Editorial Noguer, Barcelona, pág. 8.

A la fuente del Olivo

A la fuente del Olivo es una canción popular cordobesa compuesta por Luis Bedmar (1932-), compositor, profesor y director de orquesta.  La letra hace referencia a la fuente situada en el Patio de los Naranjos de la Catedral de Córdoba, concretamente al Caño del Olivo (uno de los cuatro caños de la fuente que posee un olivo junto a él) a la que la tradición popular atribuye poderes amorosos y que ha inspirado a muchos artistas como el músico Luis Bedmar que la dedica  una bella composición con aire de copla popular. Junto al caño se inclina un  centenario olivo que le da nombre y se dice en la leyenda que quien beba agua de esa fuente se casará.

A la fuente del olivo
madre llévame a beber
a ver si me sale novio
que yo me muero de sed

El Patio de los Naranjos
de la mezquita es jardín
lo que más me gusta a mi
a la fuente quiero ir

A la fuente del olivo
madre llévame a beber
a ver si me sale novio
que yo me muero de sed

A la fuente del olivo
llegó un sultán a beber
y en vez de salirle
novia le salieron 33
válgame San Rafael

A la fuente del olivo
madre llévame a beber
a ver si me sale novio
que yo me muero de sed

A la fuente del olivo, gentehabanera.org

Río de Córdoba

Pasas y estás como una pisada antigua sobre el mármol,
y hay en tu fondo un velo de argenterías fenicias,
y en la noche de la Alfolafia1
surgen de oscuro labio enamorado
las suras2 como negras palomas implorantes.
Eres el rey, turbio césar que se desangra
sobre su propia púrpura de barros,
carne deshecha las rojizas gredas,
y flotas sobre tu huyente melancolía,
y fugaz permaneces
con tus manos de plateado exvoto acariciando
el toro, la columna, el santuario
y los pétreos plegados de la estatua.
Tu cuerpo generoso se queda entre los juncos
como en un verde acetre3 de vegetales oros,
herido entre las zarzas por la voz y la noche
que la guitarra vierte sombría y encelada,
mientras los que se aman, de una orilla a otra orilla,
con las tendidas manos sollozantes hundidas en tu agua,
escuchan silenciosos tu bronco latido solitario
de astro centelleante entre los naranjales.
Brizas4 la inocente madera de las barcas
y abres un surco de congelado asombro
ante la esteva5 sacra que guía la bogante rueda de los molinos,
donde descansa erguida
la dorada y bermeja palmera de los Mártires:
el cielo ya en los ojos torcaces de Victoria
y Acisclo como un bello ostensorio labrado.
Tal audaz caminante
que un punto se detiene en la suave colina
y fija la mirada en la ciudad que adora y aleja para siempre,
así tú te remansas por los jardines tristes,
por las torres guardianas, por humildes tejares;
y tu rumor real, que baja victorioso
como guerrero esbelto de laureles
desde la áspera cueva de las sierras natales,
anida dulcemente en la cárdena adelfa
que tu mano instrumenta como roja viola apasionada.
Cuando sube la noche a su ajimez de luna
y el licuor de tus ópalos se agita intensamente,
los jóvenes ahogados del estío
levantan en silencio sus lívidas cabezas
que rojos ungüentarios perfuman de estoraques6,
y sus miradas líquidas,
donde engastan los sábalos7 alhajas cinerarias8,
contemplan el ciprés, la celosía, el patio,
los muros con la lepra verde de la alcaparra;
y suspiran y tejen coronas de amaranto,
de granadilla y mirto de hojas chorreantes
que van frescas, intactas, por tus crines undosas
hasta la sien vencida del amante que vive,
a tu orilla, la noche mortal del paraíso.

(Junio)

1. Albolafia: los restos, en la ribera del Guadalquivir, de lo que fue sucesivamente azud, molino harinero y batán. 
2. Sura: capítulo del Corán.
3. Acetre: nombre árabe de un cubo pequeño para transportar agua o líquidos, o presentarlos como ofrenda.
4. Brizar: mecer, acunar.
5. Esteva: Pablo recuerda haber tenido presentes, en este pasaje, un óleo naïf y estampas vistas en su niñez en las que los niños mártires navegaban milagrosamente por el Guadalquivir sobre ruedas de piedra de molino harinero, a las que habían sido atados antes de arrojarlos al río. Se trata así de una navegación triunfal guiada por un timón imaginario, al que se llama esteva por su semejanza con la pieza trasera y curva del arado.
6. Estoraque: bálsamo aromático, usado como desinfectante y como incienso.
7. Sábalo: pez migratorio, de hábitat marino y fluvial.
8. Cineraria: que contiene las cenizas de un cadáver.

GARCÍA BAENA, P.(2018): Navío cargado de palomas y especias. Antología (Selección, notas y estudio preliminar por Guillermo Carnero), Agencia Andaluza de Instituciones Culturales. Consejería de Cultura, Sevilla, págs. 74-

Destellos amarillos. Paseo de la Ribera

Cada amanecer, desde los Balcones de la Ribera se inaugura un ceremonial de colores sobre el río, con el lienzo cubista de la Campiña como fondo y en las orillas, cañamones, florecillas y hojas otoñales. Tonos de Sur que cambian el invierno, la primavera, el estío o las lluvias de otoño, mientras el Poniente prevalece en sus brillos áureos de sillares añejos bajo el sol del puente, la azuda o la Albolafia. Y con la noche La Mezquita y su entorno vuelven a cubrirse de oro, como los caminos palaciegos que alfombrara al-Mutamid para su caprichosa Rumayquiyya.

La Ribera se asoma así, intermitente a través de callejas, nombres y aromas evocadores. Caño quebrado del Horno de San Luís, la calle Cardenal González, de viejas tabernas y mujeres a precios de saldo, plaza de la Alhóndiga o de los Gitanos y de las alegrías o peteneras, y el callejón escalonado del Poeta Ricardo Molina. Son auténticos marcos de diferentes medidas para la galería única que expone los paisajes del Guadalquivir desde esta orilla, por un tiempo olvidada.

La Ribera ha vuelto a ser el paseo del reposo, junto a los veladores o en los asientos de piedra y forja de su particular malecón. El lugar donde dejarse envolver por los destellos del sol sobre el vidrio del vino; el perfecto cromatismo del trigo y el girasol, a lo lejos, con lindes de terracota y coronas plomizas. La Campiña, desde este ángulo, puede ser mar amarillo en calma o desierto, a capricho de las mudanzas atmosféricas o el sentir de cada corazón. Y ya al atardecer por el camino del Puente de Miraflores, la Calahorra y el Balcón de Andalucía encontrar la visión más hermosa de la ciudad. Miscelánea de arquitecturas e Historia, en perfecta armonía con el legado de una naturaleza viva, pura, ofrendando atardeceres, susurros de corriente y vuelos de garzas, salpicando, como copos de nieve inquietos los excelsos muros, las torres coronadas que cantara el poeta. Desde allí la alfombra verde, agreste y discontinua de su Ribera, parece rendirse a los pies de la ciudad nueva, que alza sus altos edificios junto al balcón que mira, como embelesado, hacia donde la Córdoba milenaria ofrece a los viajeros la tarjeta de presentación de las Torres del Alcázar y la Mezquita.

Las lluvias de abril vienen a acariciar la piel verde y ocre de estos paisajes, y los Sotos de la Albolafia visten entonces los ribetes del río de lirios amarillos, y este paisaje de ensueño alcanza el cenit de su belleza, sorprendente y cegadora. Única.

 Matilde Cabello, en  ALEMÁN PÁEZ, F, dir. (2015): Guía literaria de Córdoba, UCOPress, págs. 210-211.

Paseo de la Ribera

Tal vez, la mirada de Góngora hacia el puente del tiempo
la torre y las murallas del río, o Ángeles o Fuensanta
asomadas a los barandales donde Julio las pintó
acompañan a los días presentes,
mientras los semáforos ordenan otro momento

Niños de una calle a otra por "casas de paso".
Los sigo. Soy uno de ellos.
Es un manera de traspasar límites,
de pasar de un lado a otro dentro de un mismo mundo.
Se oye el ruido del juego de las chapas por el bordillo de la carretera
y algún automóvil despacio, casi único, de siglo en siglo.

Niños juegan con un balón de trapo y una bicicleta sin ruedas
y en las ventanas el tintineo de orfebres trabajado
Olor a jabón verde limpiado el día.
Papel de estraza para envolver alimentos,
algo más que la imagen doblada del tiempo.

El último barquero cruza viajeros al otro lado en días de verano
o en invierno cuando quietas las barcas espera a que baje la crecida.
Con la llegad de los primeros turistas se oyen otras lenguas
y se aprende a saber algo más de nosotros mismos.

Y cabe distinguir lo propio, lo que nos pertenece,
porque siempre somos herederos de algo.

Hoy nadie se baña en este río, no es tiempo para tener tiempo,
ni es toda la vida esos ruidos que devuelven cosas que no sirven
-no son troncos ni enseres olvidados-.

Hoy destellos amarillos de botellas de cerveza
al mediodía se delatan, como restos de un mundo
más cercano y olvidadizo,
o los ciclistas cuando pasan por la ribera.
Sólo es un aire que llega y se marcha en soledad
o alegría de visitantes efímeros, casi únicos.

Pasan veloces automóviles mientras dormimos
y tiemblan casa antiguas. Algo se mueve.

Como dulce polo de nieve de la infancia y limón,
lo sorbo hasta el color blanco...

Francisco Gálvez (fragmento), en  ALEMÁN PÁEZ, F, dir. (2015): Guía literaria de Córdoba, UCOPress, págs. 211-212.

PROPUESTA FINAL. 6

En este apartado, efectuaremos una selección de poemas enfocada al objetivo de crear un itinerario interior (paisaje interno del individuo contemporáneo cordobés), un “paseo” que transite en paralelo y que complemente –en múltiples direcciones- la experiencia estética que la misma ciudad proporciona. Responda a las cuestiones libremente pensando: 

SOLO TU AMOR Y EL AGUA


Sólo tu amor y el agua... Octubre junto al río
bañaba los racimos dorados de la tarde,
y aquella luna odiosa iba subiendo, clara,
ahuyentando las negras violetas de la sombra.
Yo iba perdido, náufrago por mares de deseo,
cegado por la bruma suave de tu pelo.
De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta
cuando perdía mi boca en sus horas de niebla. 
Sólo tu amor y el agua... El río, dulcemente,
callaba sus rumores al pasar por nosotros,
y el aire estremecido apenas se atrevía
a mover en la orilla las hojas de los álamos.
Sólo se oía, dulce como el vuelo de un ángel
al rozar con sus alas una estrella dormida,
el choque fugitivo que quiere hacerse eterno,
de mis labios bebiendo en los tuyos la vida.
Lo puro de tus senos me mordía en el pecho
con la fragancia tímida de dos lirios silvestres,
de dos lirios mecidos por la inocente brisa
cuando el verano extiende su ardor por las colinas.
La noche se llenaba de olores de membrillo,
y mientras en mis manos tu corazón dormía,
perdido, acariciante, como un beso lejano,
el río suspiraba...
Sólo tu amor y el agua...

Pablo García Baena: En la quietud del tiempo. Ed. Renacimiento. 2002

  • ¿Qué has sentido al leer el poema?

  • ¿Cómo vincularías ese texto con el paisaje que estás observando?

  • ¿Sabes que son los paisajes interiores?