Junto a los factores físicos y espaciales, hemos de analizar la propia evolución histórica de España como elemento que ha condicionado el actual grado de desarrollo y determinante en los contrastes y diferencias socioeconómicas y demográficas existentes. Ya en el siglo XVIII se comienzan a apreciar diferencias entre una España interior, donde la actividad agraria era la base económica, y una España de la periferia que empieza a desarrollar una importante actividad comercial y a ser el lugar donde se localicen las manufacturas.
En el siglo XIX, se produce un lento crecimiento industrial (industria siderúrgica vasca y textil en Cataluña) que atrajo población hacia estas regiones. Si hasta la mitad de esta centuria la región que más aportaba a la renta nacional era Andalucía, a partir de estos años, por el desarrollo de la industria catalana, valenciana y las actividades económicas de Madrid, serían estas las regiones que más peso tengan en la economía del país. Atraída por las actividades industriales, la población del interior comienza a trasladarse al litoral o al Madrid, lo que acentúa los desequilibrios.
A comienzos del siglo XX se produce un crecimiento de la población como consecuencia del descenso de la mortalidad, pero, mientras la zona del interior agraria es incapaz de sostener a una población cada vez más numerosa, el litoral y Madrid se convierten en focos de atracción, pues necesitan mano de obra para sus industrias y demás actividades económicas.
Tras el hundimiento económico provocado por la Guerra Civil, sobre todo en zonas industriales, el Estado adopta medidas para la recuperación económica, entre ellas una nueva política industrial apoyada en la creación del Instituto Nacional de Industria (INI). Sin embargo, la acción inversora del Estado se concentró en aquellas industrias consideradas de «interés nacional» por parte del Gobierno, que se localizaban fundamentalmente en el País Vasco, Cataluña y Madrid. Con lo que, al fomentar las actuaciones en determinadas áreas en detrimento de otras, el Estado favoreció las desigualdades regionales.
A partir de 1960 España tiene un crecimiento económico relevante, sobre todo en industria, construcción y servicios, pero no afectó a todo el territorio nacional por igual, con lo que los desequilibrios regionales se agudizaron: en el centro -excepto en Madrid, como capital y principal centro financiero del país-, y una periferia desarrollada -excepto Andalucía y Galicia-).
La crisis económica mundial de 1973-1975 afectó de una manera más directa y específica al sector secundario, pues planteaba unas transformaciones radicales de las pautas de producción, de localización y de estructura industrial. Provocó el cierre de numerosas empresas industriales y generó elevadas tasas de paro y una considerable reducción en los niveles de renta de Madrid, Cataluña y la cornisa cantábrica. Como consecuencia, se vieron frenados los procesos de emigración desde las regiones menos industrializadas, de manera que la crisis afectó a todo el país. La crisis ralentizó el proceso de concentración de la población y de la producción. La tradicional identificación entre regiones industrializadas y regiones desarrolladas empezó a difuminarse por el cierre de muchas fábricas y porque la deslocalización industrial llevó a invertir en nuevos emplazamientos. en definitiva, ocasionó, afectó principalmente a las regiones del norte peninsular -especializada en sectores maduros-, y produjo un desplazamiento de las actividades económicas hacia Madrid, el Levante español y el Valle del Ebro. También es a partir de este momento, por el desarrollo turístico internacional, cuando los archipiélagos canario y balear experimentan un fuerte crecimiento económico.
A partir de 1.985, la reestructuración económica que siguió a la crisis cambió los factores en que se basaban los desequilibrios territoriales y la jerarquía espacial. La industria pierde peso como factor de desarrollo y los servicios avanzados, la innovación y la alta tecnología se convierten en los principales factores de desarrollo. De esta manera, las regiones del Cantábrico entran en crisis tras la reconversión industrial, con un aumento del paro, y tardaron en recuperar su dinamismo, mientras que Madrid, las regiones del litoral mediterráneo y el valle del Ebro, se han consolidado como los ejes dinámicos del país.
La etapa de crecimiento económico (1995-2007) se ha manifestado en un descenso generalizado del paro, aunque con diferentes ritmos, ya que en algunas regiones las recuperación fue más lenta, como es el caso de Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Cantabria o Galicia. Igualmente, se ha producido un notable incremento del PIB en el conjunto de las regiones, aunque los mayores aumentos se detectan en el País Vasco, Madrid, en los archipiélagos balear y canario y en los ejes mediterráneo y del Ebro.
La crisis económica de 2008 ha provocado nuevamente un incremento del paro que presentaba diferencias regionales: las comunidades con actividades de menor valor añadido, con mayor especialización en el sector de la construcción y con un sector servicios menos dinámico presentaron las mayores tasas de paro. Este proceso ha llevado cierto número de años, habiéndose constatado una recuperación a partir 2015, que se ha visto truncada por la pandemia COVID19 en 2020, con una retracción económica, de la que parece que estamos saliendo.
La innovación se ha perfilado como la vía para mejorar la competitividad de las regiones españolas en el contexto europeo y superar la recesión económica actual. Las diferencias en Inversiones I+D-i, así como el personal dedicada a esta innovación puede marcar nuevas diferencias regionales. Es verdad que la terciarización generalizada de la economía ha roto el proceso tradicional de concentración de la producción y de la riqueza y ha exigido a las comunidades un esfuerzo para superar las mencionadas crisis y adaptarse al proceso de terciarización. Por ejemplo, el País Vasco, pasó del segundo al quinto lugar en la jerarquía regional, en favor de las Islas Baleares, y también hay que destacar los ascensos de Aragón y de La Rioja. Posteriormente, desde 2004 ha sido el progreso de los indicadores económicos del País Vasco que llegó incluso a liderar el PIB per cápita en 2007.
En consecuencia, la economía posindustrial que surgió después de la crisis se basó en un predominio del sector terciario, con una apuesta clara por las nuevas tecnologías, en especial las vinculadas a la comunicación y la información, y por centros de investigación e innovación. En este sentido, los nuevos factores de desarrollo prioritario se basan en:
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La existencia de una mano de obra muy cualificada y la potenciación de la formación, la investigación y las técnicas de gestión eficiente.
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La disponibilidad de infraestructuras y equipamientos de alta calidad que faciliten la conectividad con el entorno y con un mundo plenamente globalizado.
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El auge del terciario especializado de alto nivel, con funciones rectoras o de decisión, así como servicios a las empresas y a la producción, comercio, turismo y servicios públicos.
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Las actividades que implican el uso o el desarrollo de la alta tecnología, va sea aplicada a los procesos industriales o al sector agrario.
A grandes rasgos, los ejes de desarrollo de esta nueva etapa prácticamente coinciden con los de la etapa anterior: Madrid, Cataluña, el País Vasco, todo el litoral mediterráneo, ambos archipiélagos y parte del valle del Ebro... se muestran como las zonas más dinámicas y que saben aprovechar las oportunidades de actividad que se dan en la economía globalizada y posindustrial, creándolas atrayéndolas.
De un lado, la España más desarrollada sostiene una mayor diversificación en la producción y presenta notables índices de especialización en ramas con gran productividad (transportes, comunicaciones, créditos y seguros, productos químicos, papel e impresión, etc.). Del otro, la España menos desarrollada continúa su especialización en un reducido número de actividades tradicionales y poco productivas (sector primario, construcción y servicios públicos).